lunes, 14 de mayo de 2018

El amor en los tiempos de las redes sociales


EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LAS REDES SOCIALES

Por Fausto Salcedo

En muchos casos, es mentira cuando decimos que estamos bien avezados a las costumbres de la soledad. Es mentira cuando afirmamos que no suspiramos por imposibles. Es mentira cuando decimos que nunca hemos melancolizado al ver una historia de amor en cualquier medio, en el cine, en la pantalla del hogar, en un buen libro, y que luego recreamos la historia en madrugadas azules, en noches en vela, en la soledad de nuestras camas: es mentira cuando decimos que no vivimos esperando por el amor de nuestras vidas.
    El amor es una de las incógnitas perpetuas e inevitables en nuestro día tras día, una presencia etérea a indefinible que nos ha perturbado y maravillado desde el principio de los tiempos como un padecer milenario y carente de fin. Aunque lo conozcamos o queramos conocerlo, en realidad no podríamos dar una respuesta eficaz si es que nos cuestionaran qué es el amor. A pesar de la vastedad muchas veces inverosímil de nuestro vocabulario, nos quedaríamos cortos de lenguaje si es que tuviésemos que describir lo que sentimos cuando vemos a la persona que posee sin remedio nuestro corazón; qué es lo que nos alborota cuando escuchamos una risa, qué es lo que nos desordena las entrañas cuando contemplamos una mirada, un parpadeo esquivo, el brillo moribundo de unos ojos, el regalo impagable y único de una sonrisa.
    En todo caso, lejos estamos ya de aquellas épocas irrecuperables en las que el amor se medía en cartas apasionadas e interminables que se leían en secreto a la luz de las velas, de los encuentros furtivos en los lugares más insospechados, de los dolores postergados, de las tragedias legendarias, de los cortejos encarnizados: de la lucha sin descanso por el amor imposible. En nuestros días, lo que nos desacomoda el corazón es ver en Facebook una fotografía del ser anhelado; el cortejo es un proceso paulatino de likes, de mensajes efímeros, de frases breves con un propósito desatinado. Las cartas de ahora son publicaciones con una foto adecuada junto con versos reciclados y mil veces utilizados, y muchas ☺☺☺ y muchos ❤❤❤. Las citas se pactan en apenas dos párrafos, las relaciones se terminan con dejar “en visto” a alguien, con bloquearlo, con hacerlo desaparecer de un medio cibernético como un remedio eficaz para borrarlo de la vida real. Las peleas son mensajes de WhatsApp o audios de varios minutos en los que se riñe sin descanso o donde se pactan acuerdos sin estar nunca frente a frente. Los logros de pareja se presumen a lo largo y ancho de Facebook con propósitos ambiguos: ¿para convencerse a sí mismos de su amor, para convencer al mundo, o simplemente en un acto narcisista? Los méritos del amor consisten ahora en subir la foto idónea, arrasadora, a cualquier plataforma de las redes sociales y conseguir los likes suficientes para romper ilusiones o desbordar corazones. Quien tenga muchos likes, muchos seguidores, muchos comentarios, es el candidato adecuado y perfecto para un alma solitaria.
    La tecnología, el internet y las redes sociales han revolucionado y modificado las rutinas del amor hasta alcances insospechados. No sólo el amor, sino el procedimiento de socialización, de convivencia y en el modo en cómo las personas interactúan las unas entre otras hoy en día. Por supuesto, intentar imaginarse ahora una vida sin internet resulta inconcebible: ya lo llevamos encarnado hasta la médula. Su propósito inicial en cuanto a materia de socialización sin duda fue beneficioso; el cómo se ha tergiversado a lo largo de los años es ya un tema que debe profundizarse. Cuando Facebook, la red social más popular, alcanzó su auge a finales de la primera década de los 2000, la página se propagó como una plaga virulenta a lo largo de todo el mundo, y para enero de este año la red tenía un aproximado de 2, 167,000 usuarios (Mejía Llano: 2018). La mecánica original de Facebook en sí era simplista pero fabulosa: te ponía a seres distantes o a personas imposibles al alcance de cualquier aparato electrónico. Lo vendieron, y con mucho éxito, como una herramienta sencilla de socialización inmediata: conocer personas nunca antes había sido tan fácil. Para una persona tímida, de seguro esto fue un sueño hecho realidad. Así podían ahorrarse el ridículo y la vergüenza de encararse con el ser anhelado en la vida real, y simplemente enviarle una solicitud de amistad desde una computadora o un celular. El éxito fue veloz y la gente pensó que, en efecto, socializar nunca antes había sido tan sencillo. Desapareció el miedo de enviar una carta, un recado furtivo de procedencia anónima: fue sustituido por el terror de enviar un mensaje por Facebook corriendo el riesgo mortal de que podía no ser contestado. Hoy en día es uno de los horrores más grandes en el imaginario social: el miedo a que te dejen en visto. Después fueron naciendo más aplicaciones que con el transcurso de los años terminarían convirtiéndose en rutinas diarias en nuestra cotidianidad: Twitter, Instagram, Tinder. Que hubo personas que encontraron éxito en el amor en esas épocas tan tempranas de las redes sociales, es algo que no se pone en duda: fue algo novedoso. Pero como todo lo bueno, no duró mucho.
    Hoy en día, parece que el uso de las redes sociales está ligado y vinculado con la enajenación, el ensimismamiento y en muchos casos, con el egocentrismo perpetuo: la soledad. El objetivo social de las redes ha llevado a las personas al punto paradójico de concentrarse en cualquier clase de dispositivo electrónico estando en lugares concurridos o llenos de personas. Hoy en día se pueden ver a dos amigos platicando frente a frente pero con un celular de por medio, uno o ambos entablando conversación electrónica con un tercero distante. En las calles, en los trenes, en los camiones, las personas van con las vistas clavadas en las pantallas de sus dispositivos por completo ausentes del mundo que se desenvuelve a su alrededor. Puede encontrarse sin ningún problema, en cualquier parte de la vida diaria, a alguien que mire en su celular fotos de paisajes maravillosos, de horizontes idealizados, mientras tiene enfrente el panorama fantástico de un atardecer citadino que no consigue o no quiere ver. En reuniones familiares, en fiestas de amigos, cunden los silencios porque los congéneres están más ocupados atendiendo los menesteres de Facebook, aquejándose al mismo tiempo de aburrimiento. Los niños ya no juegan en las calles, ya no se ensucian ni se raspan las rodillas, ya no interactúan con su entorno: desde pequeños sus padres les permiten el contacto con los celulares para evitar que hagan desmanes infantiles. Los desensibilizan. En conciertos masivos, en playas paradisíacas, en países lejanos, la gente está más pendiente de que sus amigos cibernéticos sepan dónde están o qué están haciendo, están más preocupados por conseguir likes, ponen más empeño en ganar atención que concentrarse completamente en el lugar en el que están y pasar un momento grato: el mundo entero está sumido en la soledad espantosa de la pantalla de un celular.
    Así como vemos en Facebook decenas de videos de animales graciosos, de recetas irresistibles, de paisajes de ensueño, nos encontramos también a diario noticias amarillistas, publicaciones de violencia reciente, alertas constantes sobre personas muertas, desaparecidas, el caos imparable e irremediable de nuestro país y del mundo entero: ya ni nos inmuta. Como diría Galeano: “la máquina enseña a aceptar el horror como se acepta el frío en invierno” (Galeano: 1986: 107). En este caso no es aceptación siquiera: parece ser apatía, indiferencia. Si se analiza desde un punto de vista distinto, las redes sociales también podrían considerarse una forma de sutil e ignorada dominación: la más perturbadora, porque nosotros mismos la perpetuamos y la mantenemos en funcionamiento. No necesitamos que nos lo digan para que pongamos toda nuestra información personal al alcance del mundo. Ya no necesitamos grilletes, ni cadenas, tampoco látigos. Ya tenemos celulares. Pero cada vez menos amor.
Decir que el propósito inicial de las redes sociales se ha tergiversado al de perpetuar la soledad y en cierta manera, cimentar el egocentrismo, no es una regla ni una afirmación total, más sí puede ser fácilmente comprobable. Basta con analizar el perfil o la red social de cualquier persona: por lo general, en las fotos más antiguas puede observarse a la persona con amigos, apareciendo en fotos grupales: con compañía. En cambio, en fotografías más recientes sólo aparece el individuo posando de distintas formas, ya completamente solo, bien vestido o bien maquillado, en paisajes envidiables, junto con una frase arrasadora: es un ímpetu narcisista, una necesidad de alimentar el ego. Eso es lo que cuenta hoy en día, lo que al parecer hace valer a las personas, lo que les da importancia social para desenvolverse en el mundo: tener muchos likes, seguidores en demasía. La juventud venera a ídolos falsos: Instagram es un foco rojo de narcicismo puro.
    El amor también tuvo que adaptarse a las nuevas épocas. En cierta manera ha habido mejorías en cuanto al pasado: otrora las mujeres eran raptadas, víctimas de amores reprimidos, y se pactaban matrimonios a la fuerza con personas que no se querían entre sí. Hoy los métodos son distintos, y los solitarios tuvieron que encontrar nuevas soluciones eficaces para escapar de su condición de desvalimiento. Ya no fue suficiente Facebook para evidenciar la soledad y demostrar la incapacidad –o la desgana- de las personas para socializar. Tinder es una aplicación de citas y encuentros que hoy en día tiene también millones de seguidores a lo largo del mundo. En su plataforma, los usuarios se ofrecen a sí mismos con sus mejores fotos, como si fueran un menú de comida del cual se puede escoger. Bajo sus imágenes, se les permite poner frases que dejen entrever más o menos un rasgo de su esencia: tengo 21 años, amo los perros, me encanta leer. Si dos personas se gustan, hacen match y se abre una conversación para que empiecen a conocerse y quién sabe, quizá encontrar el amor. Si alguien no es de tu agrado, basta con deslizar el dedo sobre la pantalla del celular hacia la izquierda, y borrar al candidato como si fuera un peón inservible del que no queda ni rastro de memoria. De la escasa información que Tinder permite postear a sus usuarios, es básicamente imposible conocer cómo es la persona en realidad: más allá de frases que parecen moldes, queda a la imaginación o a la divagación saber cuál es la verdadera personalidad de las personas, qué les apasiona, que quieren, esperan o temen de la vida: qué son en realidad.
     El sector LGBT tiene también sus métodos drásticos, pero más eficaces, para sobrellevar la soledad. Grindr es una aplicación enfocada principalmente en la comunidad homosexual masculina, que aunque su temática es muy similar a Tinder, su propósito es más certero, y en cierta manera, más triste: la fornicación informal y sin límites. A los usuarios sólo se les permite poner una fotografía, de modo que deben de escoger bien, y en su perfil, la aplicación les deja poner información tal como qué posición sexual prefieren –activo, pasivo- e incluso si tienen o no VIH. En ambas aplicaciones, pueden encontrarse jóvenes desde 17 años hasta adultos de 40. 
    El éxito arrasador de estas aplicaciones en la sociedad contemporánea a nivel mundial saca a la luz el individualismo que comenzó a gestarse desde el siglo pasado y que terminó consolidándose como una autoridad total en la sociedad actual. Sean o no derivados del capitalismo imperante y de la implacable sociedad de consumo, la gente ya no busca más que satisfacción personal, y esto ha repercutido hasta en las costumbres cotidianas del amor. Como diría Bauman en su Amor Líquido (2003): “(…) no se hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes ni están acompañadas por música de cuerdas ni manos enlazadas (…) uno pide menos, se conforma con menos” (Bauman: 2003: 32) Las redes sociales aceleraron de manera drástica este proceso de individualismo. Más allá de justificar los propósitos por los cuales estas aplicaciones de amor inmediato fueron creadas –que la gente es tímida, que los tiempos han cambiado y los procesos de socialización ya son distintos- en realidad parece que a la gente ya le provoca desidia hacer algo tan sencillo como platicar, darse el tiempo para conocer a alguien: no conciben realizar esto si no es con un aparato electrónico de por medio. Nos hemos acostumbrado tanto a la interacción cibernética que a la hora de ver a alguien cara a cara, en la vida real, ya nos resulta extraño. 
    Muchas veces las personas carecen de métodos para intentar conocer o encontrar el amor que no sean los ya descritos. Hoy en día, agregar a alguien en Facebook, darle me gusta a sus fotos, comentarle cosas, es dejarle claro que estás interesado en él o en ella, es la manera de “ligar”. En las aplicaciones se fijan fechas y se pactan encuentros, pero después de uno, o varios, las personas no se vuelven a ver nunca. Desaparecen sin dejar siquiera rastros de melancolía: no son más que momentos. Ya no se buscan compañeros: se buscan llenar expectativas que nunca son cumplidas. Se busca satisfacer deseos sexuales. Dos personas que se gustan pueden platicar todo el día por Messenger, pero en la vida real, estando cara a cara, apenas si se voltean a ver. Las parejas hablan, conviven, discuten y pelean por medio de las redes sociales. Se reconcilian por medio de WhatsApp, se dicen que se aman por medio de Messenger. Se inician o terminan relaciones por medio de las redes sociales, y parece que una relación no puede considerarse por completo legítima si no es compartida en Facebook. Las parejas tienen que demostrar en las redes que son felices como si sus vidas dependieran de ello. La gente se enamora e ilusiona por medio de las redes sociales. Una foto, un comentario en Facebook, un me gusta que por error se escape puede provocar celos, inseguridad. La gente ya no platica cara a cara, ya no se ven a los ojos, ya no se mandan cartas de amor.
   Por otro lado más alarmante, se están creando robots cuyo propósito es intentar asemejarse lo más fielmente a un ser humano. ¿Para qué? Se inventan muñecas sexuales que parecen mujeres verdaderas y que prometen ser más satisfactorias que una fémina legítima de carne y hueso. Los circuitos vienen programados para que los robots sean capaces de entablar conversaciones, y los hacen porque saben que la gente está sola, y que lo está por decisión. Se avecina un porvenir sombrío: el transhumanismo. ¿A ese grado hemos llegado ya? Nos sentimos solos día a día rodeados de decenas, de cientos, de miles de personas. Nos sentimos solos en el camión, en el tren, en la calle mientras la gente va y viene y cada quien se pierde en su rumbo: da más calor humano, brinda más compañía el brillo macilento de la pantalla de un celular.
    La tecnología ha avanzado tanto que incluso pretende imitar o facilitar las relaciones y las interacciones humanas, cuando en realidad sólo agravan la soledad en los individuos. Y si bien este fenómeno se ha dado siempre –aunque por supuesto distinto a lo largo de la historia- la aparición radical de las redes sociales y el intempestivo auge del individualismo fueron los factores que consolidaron y demostraron la autoridad total de la soledad en la sociedad. Ya no se ve el amor como un medio para compartir la soledad con otros menesterosos de afecto, sino como un subterfugio momentáneo para escapar del abandono propio. Las redes no han hecho más que sacar a plena luz nuestros vicios de siglos: intentar encontrar el amor verdadero, satisfacer un desafuero carnal, o simplemente escapar de la soledad intolerable. En todo caso, aun con la facilidad y el alcance social que las redes ofrecen y la sencillez con la que nos conectan a otras personas, parece que estamos más solos que nunca.



Testimonios:


Anónimo. Sexo Femenino, 22 años, estudiante de la Universidad de Guadalajara.

    -Estábamos peleando, la verdad es que la cosa se puso fea.
    -¿Qué pasó?
    - Pues que se viene dando cuenta que lo había engañado, y ése día me lo sacó en cara.
    -¿Cómo se dio cuenta? –le pregunto.
    -Pues yo creo que empezó a sospechar porque le publicaba cosas al otro güey, le comentaba sus fotos, le ponía corazones. A parte él también comentaba mis fotos y no dejaba de publicarme cosas en mi muro. Mi novio debió pensar que algo no andaba bien ahí. Total supo que le puse el cuerno, y me dijo que ya no podíamos seguir juntos. Se puso bien histérico, y me cortó. Me dijo que fue un gusto conocerme, pero que ya no me quería volver a ver.
    -Qué feo. ¿Y te dijo todo eso en la calle?
    -Eh, no –se sonroja-. Por WhatsApp.
    -¿Te cortó por WhatsApp? ¿Es neta?
    -Sí.
    -¿Y luego qué?
    -Pues nada, ¿no te digo que me cortó? Ya no nos volvimos a ver.

Comentario de un usuario de Tinder en la PlayStore de Google respecto a una falla en su aplicación, subido el 4/5/2018:
   Sería genial si la edad pudierase de 16 o 17 porque otras personas también buscan pareja en esa edad, y la ley dice que la edad no importa, lo que importa es el amor en la persona, hací que pongo una estrella a su aplicación, y aparte quieren ganar solo dinero… bah muy caro además estoy debía ser gratis no todo pagabdo


Frase en el perfil de una joven en Tinder. Anónimo:
   De verdad espero no seguir mucho tiempo aquí”. 

Anónimo, sexo masculino, 24 años. Tatuador profesional. 

   -¿Pues qué te digo, güey? Ya sabes que abrí Tinder como hace un mes, así nomás de cotorreo. No es como que quisiera encontrar al amor de mi vida o mamadas así. No creo que saques algo así de ahí, la neta. Al principio nomás era andar viendo cómo estaba el pedo, ver si había morras chidas, cotorrear un rato. La neta está divertido porque te encuentras a un chingo de gente conocida, y las saludas y es como de “ah, qué pedo, qué estás haciendo aquí”, y te cagas de risa. Al principio como que sí me dio algo de penita que me vieran, pero pues luego ya me valió verga porque me encontré amigas de la prepa, de la colonia, un putero de banda así sola como yo –se ríe.
               -Y pusiste tu foto, ¿verdad?
   -Obvio, en la que me veo mejor. Más perra.
   -Más perra –afirmo-. ¿Y cómo fue tu experiencia? Aún tienes Tinder, ¿no? Aun no lo cierras.
   -No, todavía lo tengo. Pues –se rasca la nuca-, los primeros días no saqué nada acá chido. De que hacía match con las morras y platicábamos poquito, pero equis. Luego ya hice match con Rachel, con Raquel, ¿te acuerdas?
   -Simón.
   -Ah, y pues con ella sí comencé a cotorrear más chido. Ella se me hizo muy guapa, y la neta pues sí estaba buena. Duramos unos días hablando y luego ya fue cuando le dije que le cayera a mi casa, porque fue un día que había fiesta y aproveché que estaban todos para que no pensara que yo iba a querer pasarme de verga, o algo así.
   -Ajá. ¿Y cómo fue conocer cara a cara a alguien con quien sólo habías hablado por medio de tu celular?
   -Pues está cagado, al principio como la incomodidad de no saber qué decir. Pero pues la neta la morra era bien buen pedo y cotorreó con toda la banda, y hasta bailó con nosotros. Bailamos juntos pero casi ni platicamos, platicó más con ustedes, pero a todos les calló bien y la morra se me hizo chida en ese aspecto. Nos pusimos pedos y ya pues en la madrugada se fue a su casa, nos despedimos equis y dijimos que luego nos veíamos. No nos besamos siquiera. Luego al día siguiente tuve una albercada y la volví a invitar. Otra vez la morra cotorreó bien chido con los amigos, con mis amigas que a veces son bien mamonas con otras morras, pues con ellas estuvo plática y plática, y por ese lado se me hizo bien chido. No había incomodidad como cuando invitas a alguien y no hayas ni de qué hablar y que nomás está callada ahí con todos tus compas, ¿ubicas?
   -Sí. ¿Y qué esperabas de todo eso?
   -Pues… es que ahí está lo cagado. La neta hubo un rato en qué no sabía a dónde iba a llegar todo eso con Raquel, ¿sabes? Porque por mensajes no nos habíamos puesto de acuerdo. O sea, ni nos habíamos besado, ni nos lanzamos indirectas ni nada, y yo pensé que a la mera la morra nomás quería que fuéramos amigos y ya.
   -¿Y qué pasó?
   -Pues después de la albercada nos volvimos a ir todos para mi casa. Nos pusimos pedos, bailamos y por primera vez en dos días nos quedamos nada más ella y yo solos. Estábamos acostados en mi cama mientras todos pisteaban y bailaban en la sala. Empezamos a hablar, y duramos hablando un chingo. Luego se puso como intenso el pedo, la morra se puso acá medio cachonda y nos empezamos a besuquear bien cabrón. Le dije que se quedara a dormir y me dijo que sí –se ríe y fuma-. Luego pues ya sabes, una cosa llevó a la otra.
   -¿Qué pasó después?
   -Al día siguiente nos levantamos, volvimos a coger, ella se bañó y luego fuimos a desayunar. Se quedó un rato en la tarde en mi casa y ya después se fue porque su mamá le habló. Nos despedimos de beso y dijimos que luego nos veíamos, que sabe qué. Y pues ya. 
   -¿Pero entonces qué pedo? –le pregunto-. ¿Ya no vas a salir con ella o qué?
   -Pues no, güey. La neta nomás quería coger.

Comentario de un usuario de Tinder en la PlayStore de Google respecto a una falla en su aplicación, subido el 7/5/2018
   NO TENGO NINGÚN MATCH, ACASO SOY TAN FEO? QUE ES LO QUE PASA CON USTEDES DESGRACIADOS

Anónimo, sexo masculino, 21 años. Estudiante de la Universidad de Guadalajara. 

Pues yo abrí Grindr como hace un año, amiga. La neta me la pensé mucho, me daba miedo, o pena, no sé, era raro. Todos mis amigos lo tenían y me decían que lo abriera, que no pasa nada, que sabe qué, y pues total, terminé descargándolo. Yo ya sabía que era sólo para coger, ¿sabes? No es que lo buscara sólo para eso, pero sí me daba curiosidad ver cómo era, conocer gente, porque te digo que todos mis amigos jotos lo tenían y pues como que yo sentía la espinita y hasta que dije ya pues, a la verga. Y pues ya, lo abrí. Sí hay batos de que súper guapos, pero es como si todos fueran iguales porque todos te preguntan ¿qué rol eres? O sea, que si eres activo o pasivo, y te mandan nudes a lo pendejo. De que sólo les pones hola y ya te están mandando una foto de su pito, o que si tienes lugar, o que cuándo nos vemos. Neta sólo quieren coger. No sé cómo sea Tinder, pero en Grinder son bien poquitos los güeyes que buscan algo más o menos serio o que de verdad quieran conocer gente. Puro coger y ya, no te preguntan otra cosa, güey. O sea, no te voy a decir que yo andaba de mosquita muerta porque si lo abrí fue por algo, ¿no? Y pues… me acuerdo de un bato porque fue con el que más duré cotorreando. Él no tenía foto de perfil, yo sí, así que todo el tiempo fue como hablar con un anónimo. Platicamos chido, fue el único que no me dijo que si quería coger, ni tampoco me mandó fotos de su verga. Platicamos como si fuéramos amigos de Facebook, y me pedía fotos y yo se las mandaba, pero cuando yo le pedía fotos de él se hacía güey y me cambiaba de tema. Pasaron como… ¿qué será, dos semanas? Y pues al final sí me terminó enviando una foto suya –se ríe, apenado-. Ay güey, estaba bien feo. Era un señor y me dijo que estaba casado, que tenía hijos… no sé… me siento culero pero pues ya dejé de contestarle, ya no abría sus mensajes ni nada. Lo último que me puso fue: “¿por qué ya no me contestas? ¿No te gusté?”. Me sentí más culero, la verdad, me puse muy triste, pero no sé… Luego cerré la aplicación. Nunca me vi con nadie.      


      Anónimo, sexo femenino, 23 años. Estudiante de la Universidad de Guadalajara.



   Éste… bueno, no fue realmente porque yo quisiera abrirlo, sino que como Rubén –un amigo- me veía así como que muy sola, me dijo “sabes qué, abre esta cosa y a veces ahí salen muchos hombres guapos”. O sea, en Tinder. Y pues la neta yo no quería, porque dije, no manches o sea, vas a conocer a personas, o sea sus fotos puede que se vean pues bien, o que no estén locos, ¿sí sabes? Y yo dije no, qué miedo, pero pues igual lo abrí. Y pues… realmente yo le daba sí me gusta a los puros guapos –se ríe-, pero o sea, me decían que nos viéramos pero pues yo nunca quería. O sea, sí me daba como que miedito, y el único con… de hecho ahí conocí a Marco y pues.... el único que salí fue con Marco, de ahí de Tinder, y fue el único que me desgració la vida –vuelve a reírse-, porque lo extraño tanto. Y pues ya, o sea, ahorita ya no tengo Tinder, desde hace mucho tiempo ya no tengo Tinder porque pues me aburre. O sea pierdo muchísimo tiempo en eso pero… no se me hace como que sea interesante Tinder por lo mismo de que a veces las personas cuando les pones me gusta o algo así te dicen “¿quieres sexo?” y pues la neta no, yo no busco eso. Entonces pues mejor la quité ya. Prefiero, no sé… ahorita que estoy en la Universidad prefiero conocer a las personas. Realmente, como dices: la tecnología ahorita… no sé, el WhatsApp y todo ese tipo de cosas, ya puedes conocer a la persona… O sea, no lo puedes conocer tal cual, pero todo te va a estar platicando por mensajes, ¿sí sabes? Ya no vas a estar viendo a la persona y eso se me hace como que muy chafa, porque ¿cómo es posible que ya la tecnología nos impida estar de frente y conocer a la persona, así, su esencia? Entonces, se me hace muy chafa que la verdad la utilicemos para como tú dices, para conocer personas, como tú te enamoraste del @*&#%$. Está muy chafa así.   





BIBLIOGRAFÍA:

- Mejía Llano, Juan Carlos (2018) Estadísticas de redes sociales 2018: Usuarios de Facebook, Twitter, Instagram, YouTube, Linkedln, Whatsapp y otros. Capturado en: http://www.juancmejia.com/marketing-digital/estadisticas-de-redes-sociales-usuarios-de-facebook-instagram-linkedin-twitter-whatsapp-y-otros-infografia/#Informe_detallado_usuarios_redes_sociales_WeAreSocial_y_Hootsuite

- Galeano, Eduardo (1986) Días y noches de amor y de guerra, pp. 107. Madrid, Alianza Editorial.
- Bauman, Zygmunt (2003) Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, pp. 32. Capturado en:

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