domingo, 2 de marzo de 2014

descripción de un contexto especial

Luces de las alucinógenas luciérnagas.
La muerte bailando banda.

Entre nosotros, la fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse sino para entredevorarse. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero también no haya nada más triste.
Octavio Paz .

Alvina murió semanas antes de las fiestas del pueblo. La misma enfermedad le había consumido la vista no se cuanto tiempo atrás y le había dado a cambio una nube que rodeaba su ser, esa nube de misterio que todos los ciegos tiene. Reconocía a todos sus hijos sin que ellos hablaran, pues escuchaba  el  aliento de su respiración, el latir de su corazón y el susurro de su pensamiento. No sé si era la sabiduría que tiene los ancianos o la demencia de poner atención a todo, pero reconocía toda su casa tal si  su vista fuera hecha de  recuerdos.
-          Juimonos pal´ pueblo que hoy es último día.
Negarle eso a esa mujer era un pecado. Todos querían ir, pero el sabor amargo de llevarla y que ella no pudiera ver los cuetes y el castillo, bailar  entre el montón o reírse de los borrachos que caían como perros enyerbados,  suspiraba por la desgracia…
Ella insistió, todos se arreglaron, se subieron a la camioneta y empezaron a escuchar a la música lejana sonar.
***
Es de noche, tengo que caminar media hora desde mi casa, en un camino empedrado cien veces por restauraciones  que buscaban mejorar el rancho. Hoy todos se quejan de lo mal que lo dejaron, yo también.  Pero aquí abajo no importa, arriba, en el cielo, una luna llena y un millar de estrellas que hace que valga la pena caminar de noche. Y además, un silencio perpetuo que incita a la reflexión, a crear poemas y  a recordar a la novia que me dejo por ser aguado en las fiestas.
Primero son las luces de casas lejanas, le siguen los ladridos de perros y, al final, las risas de la gente.
Santa Fe se me confunde con los recuerdos infantiles que aun queda en esqueletos arqueológicos de casas, arboles y arroyos, con los nuevos rostros que hablan y visten  igual que sus patriarcas muertos, pero que tiene nuevas rutinas.
Vine a buscar en  la plaza a los patriarcas que  aún quedan vivos. Ellos  siempre sentados juntos en una banca que le daba la espalda a la iglesia…. Un día me indicaron una banca que era llamada el lugar de los pájaros caídos, por supuesto se refería  a la de aquellos viejitos que  yo miro ahora  y que todos tachan ya de impotentes en la cama, claro que me reí, pero ahora voy a compartir el  mismo asiento con ellos, hacerme un pájaro caído.
Los escuche en silencio. Hablaban de putas famosas en el cine y en el pueblo, de los montones de tirados que hubo en una pelea de gallos después de que alguien  perdió la apuesta y saco una pistola para matar al gallo oponente y que después todos sacaron  una, pero para matar gente. No sé la razón de que no se acerquen a escuchar a estos hombres y a  sus historias que parecen inventadas… que a lo mejor si los son, pero que importa. A veces el pasado son puras mentiras, mentiras confundidas con la verdad o verdades a medias, que hacen del pasado un juego de literatura.  
Entonces, sin presentarme, sin rodeos, les pregunte sobre la plaza en sus principios.  Y el más gritón de entre ellos me respondió.
-          No había  nada de lo que vez,  estas piches palmas no estaban, esta pinche piedra  que ves  ahí, que parece pito, que sepa´ quien chingados se le ocurrió ponerla ahí, no estaba. No había  estos jardinees, no había  estas bancas, no  había estos postes, ni estas lámparas. Solamente el kiosco es el que siempre estuvo aquí y era lo único que se ocupaba pa´ las fiestas.
Investigue en internet imágenes de la plaza  del pueblo, la  más antigua era del 2004, todo era igual, menos la piedra fálica y el asta de la bandera. Todo lo que quedaba del pasado más lejano  eran las palabras de los pájaros caídos, que cada vez son menos, porque se les cansa la voz y no hablan más o porque, ahora sí, están muriendo  los pájaros caídos.  Sin albur….  

***
Estaba escrito San Miguel Arcángel con  letras que escupían humo y luz azul. Arriba del castillo se anunciaba el nombre del santo patrón del pueblo, la banda acompañaba con su música  a la gente maravillada con la boca abierta hacia  el fuego alucinógeno, a la gente que bailaba sin importarle que hubiera música o que tuvieran pareja y a los que tomaban sin importar que fuera pero que emborrachará. Alvina escuchaba de sus hijas todo le que miraban y su esposo, Aurelio, la  acompañaba  tomando su brazo impaciente de soltarse para bailar entre todos. Y de nuevo, como sintiendo  los rostros  iluminado de alegría de sus hijas a través del susurro del pensamiento, les dijo que se fueran a dar la vuelta mientras ella estaba con su viejo. 
En ese momento la corona del castillo salió hacia el cielo iluminado de nuevas estrellas que  estallaban en los  colores más  vivos que uno puede ver  y  morían en segundos  de la noche, pero que eran guardadas en la memoria de sueños. Aurelia no le importa no poder ver, sino estar en la fiesta con vida… pues a su edad  y con su enfermedad, presentía a la muerte entre los días, entre le gente bailando, entre los borrachos, entre los de la banda, debajo del castillo.  No sé si fingía alegría para que todos la tuvieran  o aprovechaba lo que ella sentía como lo último que podía aprovechar.
Toda la familia de Alvina se quedo hasta que todo se acabo.
Al año siguiente  regresaron los  mismos hombres borrachos y sus mujeres enojadas .Volvieron  las mismas  heridas cicatrizadas  de los gallardos que querían pelea. Volvieron las mismas muchachas gustosas de ver tantas rosas como pretendientes al dar una vuelta a la plaza. Volvieron los mismos niños llorones  que se habían perdido entre le gente por comprar un globo. Volvieron los mismos juegos de azar en el que uno perdía casi todo después de ganar casi todo. Volvieron las bandas que nadie había escuchado mencionar y que ni en sus casas las conocían. Volvieron los mismos ladrones que aprovechaban que nadie estaba en su hogar, que los carros quedaban lejos de la gente y que la gente andaba embriagada con sus carteras llenas para gastar. Volvieron las luces de alucinógenas luciérnagas  en el cielo, los estallidos de estrellas, las palmeras que se convertían en castillos por el fuego que lanzaban los cuetes. Pero no todos volvieron.
Alvina murió semanas antes de las fiestas del pueblo….

***
Enfrente de nosotros, a un lado del kiosco que esta en el centro  de la plaza, están jugando lotería. Una muchacha rechoncha grita la invitación para jugar. Unos niños y  unas señoras se acercan y toman asiento entre las mesas que forman un círculo. Platican con gestos de impaciencia, con risas contagiosas de una alegría infantil por jugar y recordar con ternura. Los ancianos regresan con sus putas de cine, con las comadres que aflojaron y con los muertos amontonados. En las otras bancas están los enamorados abrazándose, hablándose al oído. Los niños corren, de un lado a otro, con bicicletas, patines o siguiendo un pelota y sus mamás gritando con voz chillona e histérica  pidiendo que se estén en paz hijos de su  pinche madre. Las señoras van saliendo de la misa, hacen un nuevo alboroto por querer comprar pan recién salido en la panadería de a lado. Los borrachos gritan como para iniciar una pelea, pero solamente están borrachos y no pasa de que se están recordando la madre. Los que tiene su caballo lo sacan para presumir su obediencia, bailan cuando escuchan música, trotan con elegancia, hacen reverencia cuando pasa una muchacha y se cagan en donde sea. Y la nueva generación, los jóvenes que sueñan en Estados Unidos, pasan con sus carros con música a todo volumen. Escuchan música dub, hip-hop, rap, un que otro corrido del Komander, y hay uno, que de seguro no es tan joven, que escucha la   psicodélica guitarra de Carlos Santana.
Todo se entre cruza en la plaza; religión y sexo desenfrenado, ternura y violencia, nostalgia de la tradición y el cambio ansioso de la  rebelión. Y en las fiestas se multiplica el efecto de una forma maravillosa en una impresión  de algarabía  con ley prescrita en el pueblo que dice: tienes que hacer desmadre que hoy es último día.
***
Sus hijas lloraban, su esposo guardaba silencio entre los borrachos, sus nietos quedaban admirados ante algo que no entendían. La muerte de Alvina cargo el corazón de toda su familia hacia la misma dirección de duelo. Pero había sonrisas entre su funeral, los parientes lejanos que nunca se volvieron a ver, ahora estaban juntos.  Contaban historias graciosas de sus tierras lejanas y se abrazaban con un cariño extraño, con lágrimas,  un cariño triste, todos los hermanos perdidos en el norte.  Algunos cantaban con voz sufrida y rota, se tallaban con la manga los ojos que tiraban ríos y se abrazaban más fuerte  entre todos.
Fue en la fiesta que una canción lenta y triste, que no me acuerdo cual fue, que hiso que todos recordáramos a Alvina, mi abuela, que dijo que cuando vayan  a la fiesta piensen que ando por ahí porque por ahí ando.  Así que, aunque me muera antes, ustedes tienen que ir.
Me imagino que cuando llegue la edad me convertiré en un pájaro caído, cantare divagaciones de un pasado que solamente sueño y no recuerdo a unos nietos de sepa´ quien chingados en una plaza con nuevos símbolos. Bajare, otras cien beses destruida y reparada y vuelta a destruir, en  el camino empedrado, con la luna llena y un millar de estrellas, para llegar a las fiestas de mí pueblo, y llorar y reír bien pedo. Recordando la muerte y la vida, sentir la piel chinita porque la muerte anda entre la banda, entre la  gente que le anda zapateando,  entre los borrachos y debajo del castillo.
-          Váyanse a dar la vuelta que aquí me quedo con mi viejita….



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