jueves, 25 de enero de 2018

¿Por qué decidí estudiar Sociología?



Deber ser algo relacionado con la edad, que de pronto uno comienza a enfocarse cada vez menos en las problemáticas propias y comienza a prestar más atención en las incertidumbres de nuestro alrededor. Es algo inexplicable y misterioso, como un impulso incierto venido desde el interior. Mentiría si dijera con exactitud cuándo fue que deje de interesarme en asuntos más bien triviales y comencé a sentir inquietud por el mundo que me rodea. Pero debe ser algo natural, un instinto único, algo que nos hace más humanos y nos solidariza con el exterior.
    Hay un momento en especial que tengo más presente que otros: el 19 de septiembre del año pasado, cuando los temblores de pesadilla azotaron el centro de nuestro país. No tengo palabras suficientes para describir lo que sentí, lo que me aquejaba cuando observaba los noticiarios y veía los edificios en ruinas, la urbe dominada por las costumbres ingratas de la catástrofe, la paranoia multitudinaria, las penurias de los habitantes que perdieron poco o perdieron todo. Sentí la necesidad irremediable e inaplazable de hacer algo.  De hacer lo que fuera, pero no quedarme tan sólo sentado viendo la tele, quejándome y sintiendo una impotencia infinita ante mi pasividad contradictoria. Quise ayudar, colaborar, ser de utilidad. Mi minúsculo grano de arena fue ínfimo en comparación de otras personas que lucharon por sosegar la calamidad, y que poco les faltó para que sudaran sangre. Pero fue mucho más que eso: al enterarme de las arbitrariedades que se suscitaban a expensas del desastre, tales como el robo de víveres, la ineficacia de las autoridades gubernamentales, la lesa humanidad de los partidos políticos, la rapiña de los codiciosos, y también la solidaridad infinita del pueblo entero, me maravillé y me confundí al mismo tiempo con la magnitud incomprensible de la sociedad en la que vivimos. ¿Por qué reaccionamos así? ¿Qué nos lleva a ser como somos? ¿Qué nos define como pueblo, como mexicanos? ¿Por qué somos tan aterradoramente desunidos e indiferentes? ¿Y por qué cuando tenemos que enfrentarnos a problemas que nos sobrepasan demostramos una hermandad sin precedentes, como ningún otro pueblo en el mundo?
    Estoy interesado en estudiar mi país, mi sociedad: analizarla. No entenderla pues sé perfectamente que esto es imposible, sino capitular ante su misterio para poder comprenderla con la dedicación fatalista de un enamorado cuyo amor es imposible. Aquí vivo, aquí nos tocó vivir. Amo mi país pero también me perturba de una manera incomprensible, y en los momentos más álgidos lo repudio de la misma manera en la que me fascina. Por eso quiero estudiar Sociología: si existe la más mínima posibilidad de lograr un cambio, de mejorar nuestro entorno, de conseguir un avance, por más ínfimo e inverosímil que sea, pues adelante. 
    Pero también soy pesimista, aunque me consuelo con que no es pesimismo sino que soy realista. De ninguna manera creo que México pueda cambiar, pues ya estamos corrompidos desde los cimientos. No obstante, creo que podemos hacer pequeñas mejoras y reformas en las fallas más grandes, poner parches en las heridas más catastróficas, y conseguir progresos  vitales con esos paliativos. Afirmo en mi fuero interno que las letras tienen un alcance colosal en comparación a otras artes. Tienen un medio de difusión masivo,   y considero que con un libro bien escrito se puede llegar a infinidad de personas, persuadirlas,  influenciarlas y abrirles los ojos a la realidad escurridiza de nuestro país: una realidad que casi siempre preferimos ignorar. Lo digo por mí: si me he concientizado a pulso, si he reflexionado de verdad, ha sido por obra y gracia de la literatura. Un ejemplo: El laberinto de la Soledad, de Octavio Paz. Es, probablemente, el ensayo sociológico más reconocido e importante de nuestro país. Aunque Paz no propone soluciones, pues sólo se limita a analizar y criticar la psique del mexicano, su trabajo es sin duda una obra de legítima referencia en el ámbito nacional. Juan Rulfo, Mariano Azuela, Carlos Fuentes, Rosario Castellanos, Agustín Yáñez, Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Jorge Ibargüengoitia, Carlos Monsiváis y decenas y decenas más de autores talentosos lograron plasmar en sus obras las problemáticas de nuestra sociedad, de nuestra esencia mexicana, de nuestro pueblo fantástico pero viciado desde entonces, hasta ahora, y si no hacemos algo, hasta el final de los tiempos. Y eso es lo que me sorprende: que unas cuantas palabras bien escogidas y utilizadas puedan ponerte a pensar, a reflexionar, a querer actuar.
    He de ser sincero: en primera instancia quise estudiar Letras, pues como dije antes, creo con toda sinceridad que con la palabra escrita se pueden lograr cambios radicales. Pretendo y quiero seguir la huella de esos grandes escritores que marcaron nuestra sociedad con sus obras. Creo, además, que hoy en día la sociedad está más desensibilizada que en otras épocas, que está más indiferente, más conformista, más arrogante, más fría, y sobre todo, más sola. Estamos arrumbados en la soledad. Quise estudiar Letras para aprender a escribir, pero ahí radicó mi error: no puedo comenzar a escribir si ni siquiera conozco mi país. Si ni siquiera conozco a mi sociedad, si ni siquiera la comprendo, si ni siquiera la entiendo: si ni siquiera soy capaz de analizarla ni de proponer soluciones viables para intentar mejorarla. Por eso estoy aquí, en Sociología: para poner, en el no tan lejano futuro, mi ínfimo y minúsculo granito de arena.      






















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