(Földényi;
2006)
Creo que por sí
misma la literatura Rusa del siglo 19 tiene cierta cualidad universal, por el
hecho ineludible de que la modernidad occidental , delimitada a ciertos
espacios geográficos en el siglo XIX, ha sabido con el tiempo y en pleno siglo
veintiuno comerse muchos territorios y adaptarse y vivirse en casi toda la
mayoría de la superficie del planeta. Por lo tanto, no ha de sorprendernos que
yo encontrara una voz que describía el alma humana y su hacer en un San
Petersburgo de mediados del siglo XIX, reflejada en mi propia alma y mi propio
hacer en una Guadalajara situada en la segunda década del siglo XXI, si la gran
cantidad de “nuevo” que empezaba a reinar la vida de los individuos en esa
época, lo vivimos ahora de una forma más refinada, con mínimos cambios, donde
lo esencial se mantiene.
Mi primer
acercamiento con Dostoievski fue esporádico y misterioso. Acababa de decidir
nunca dejar de leer y acercarme lo más que pudiera al fantástico y a veces horroroso
vació, de la literatura occidental.
En la casa que
me servía de hogar en esos momentos, encontré por azar tres libros de pasta
roja y dura, esa clase de libros que de sólo verlos te hablan y convencido
intuitivamente de la calidad de su edición, caes irresistiblemente en su
encantada persuasión.
Vi uno en
particular titulado “Crimen y castigo”, el nombre no me convencía lo
suficiente, pero el autor y su extraño
nombre me provocaron interés. Días después le pregunté a un amigo que siempre
consideré con un nivel cultural mucho más amplio y profundo que el mío, sí
alguna vez había leído a ese autor ruso llamado Dostoievski. Me respondió
afirmativamente con grandes elogios al escritor y con la recomendación, según
él, (por mi forma de concebir la realidad) de sus libros y su pensamiento.
Lo que
experimenté con ese libro, creo que es de los fenómenos más
difíciles de
comunicar con palabras, y es uno de los grandes desafíos de cualquier escritor.
Fue una mezcla de asombro, miedo, fascinación, incertidumbre, sí,
definitivamente es incertidumbre la sensación más relevante; el sentirte dentro
de ella y no saber los límites entre lo que está afuera y lo que está adentro,
entre lo que se conoce y lo que nunca va a ser conocido, esa sensación nombrada
a veces como el absurdo, como esa ausencia de sentido que te sumerge en una
profunda relación de admiración y temor con la realidad.
El recorrido
por la narrativa Dostoievskiana es un proceso incesante entre comprenderte y
comprender lo otro, siempre desde un profundo temor y una constante desgracia.
Lo primero que admiré y reconocí en esa primera lectura de crimen y castigo,
fue como el ojo narrativo se paseaba ya sea entre; la mente de un joven
nihilista, pobre, angustiado, asesino y totalmente exiliado del mundo moral por
su ausencia de valores; por calles, callejones y tugurios, donde la miseria
humana sustituye la pintura de los muros y la tragedia al nublado sol de san
Petersburgo; o por el corazón destrozado, devorado, vomitado y vuelto a comer
por la sociedad, de una prostituta cristiana, que su incondicional amor por el
otro desahuciado, negado, condenado por el ojo de dios y por el ojo de una
sociedad que sabía muy bien condenar pero no condenarse, seguía latiendo y
tenía su justificación, como canal de expiación de los pecados, como perdón
absoluto y como puente de resurrección hacía el regreso al mundo de lo
correcto.
Esa
particularidad de la narrativa de Dostoievski, de mirar el mundo desde los ojos
de los condenados, de los inmorales, de los insignificantes, de aquellos
míseros humanos que caminan en el borde de esa línea que determina lo bueno y
lo malo de su condición de humano-moderno, es para mí una de las tantas
atribuciones que Dostoievski nos deja a la posteridad. El entendía al humano
como el lugar donde múltiples y heterogéneas dimensiones luchan y chocan entre
sí, donde lo malo no es simplemente malo. Negaba y fragmentaba la aparente
universalidad, que empezaba a reinar el
pensamiento en esa época, donde la razón y su capacidad “divina” podía nombrar,
describir y definir cada acto humano. Incrédulo de la esa ciencia que empezaba
a obtener autoridad sobre el alma humana, llamada psicología, él la veía con
desconfianza, y la desentrañaba con un profundo análisis y desarrollo
psicológico de sus personajes.
Nos enseña a
ver al humano como una continua e incesante
ambivalencia,
donde cada acto tiene en sí, múltiples causas y múltiples interpretaciones de
esas causas, y su forma de mostrárnoslo es en sus insuperables narrativas
psicológicas, donde cada personaje define muy bien cada uno de los distintitos
pensamientos o reflexiones que tiene Dostoievski (desde su realidad compleja) de cada
situación importante en la historia que nos narra.
Definitivamente
nunca ha sido fácil leerlo, sin embargo, eso no anula la capacidad estética y
de entretenimiento que tienen sus historias. Cada una es contada con gran
conocimiento narrativo y sabe llevarte por cada conflicto de la mano, con una
prosa más parecida al ameno y sencillo cuento oral que te contaría tu abuelo,
que a esa fría, racionalista y sofisticada prosa llena de adornos que otros
escritores se deleitan en mostrar.
Desde la
palabra simple y sin artificios complicados, Dostoievski sabe
como capturar
lo más profundo en el recipiente más simple, siendo esta forma tan natural y
maravillosa de escribir otra de las dimensiones que lo conforman que más admiro.
Sus historias
están llenas de angustia, tanto así que pareciera que
esta emoción
tan humana, fuera la piedra angular que guía la mayoría del hacer de sus
protagonistas. Así es que ahí, encuentro un punto de conexión entre sus
historias y mi vida.
Por alguna
razón, desde que tengo memoria, la angustia ha sido para mí una compañera, con
la cual he platicado por incontables noches, tanto así, que nunca me ha
parecido anormal el relacionarme muchas veces con la vida desde tan inolvidable
sentir.
El que sus historias sean guiadas
mayoritariamente por la angustia, tiene su respuesta en el devenir de su propia
vida, que a falta de mucho, tuvo de sobra y como eterna acompañante a esa
emoción tan pesada e intensa. Su vida, como muchas otras coetáneas a él y a mí, reflejan ese modelo del hombre
moderno, que a base de un marcado y en crecimiento individualismo, que nos
separa de la vida social y que nos sumerge en la sustitución de una conexión
pre-moderna más orgánica de relacionarnos con los otros, a una raquítica,
plástica, robotizada y funcional “nueva” y común forma de relacionarnos con los
otros.
Sin haber hecho una clara reseña narrativa de los hechos de la novela, por mi clara convicción de que una reseña no siempre debe de platicar la historia, sino, porque muchas veces la mejor de forma de convencer para que vean algo que te gusta, es la de platicar tu experiencia con el acto, puesto que:
“Dostoievski no es nada para quien no le viva desde su interior” (Zweig,
2001: 52)
Bibliografía
Földényi, L. (2006) Dostoievski
lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, Madrid, Galaxia Gutenberg
Zweig, S. (2001) Tres maestros. En editorial Porrúa. México, DF.
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