EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LAS REDES SOCIALES
Por Fausto Salcedo
En muchos casos, es mentira cuando decimos que estamos
bien avezados a las costumbres de la soledad. Es mentira cuando afirmamos que
no suspiramos por imposibles. Es mentira cuando decimos que nunca hemos melancolizado
al ver una historia de amor en cualquier medio, en el cine, en la pantalla del
hogar, en un buen libro, y que luego recreamos la historia en madrugadas
azules, en noches en vela, en la soledad de nuestras camas: es mentira cuando
decimos que no vivimos esperando por el amor de nuestras vidas.
El amor es una
de las incógnitas perpetuas e inevitables en nuestro día tras día, una
presencia etérea a indefinible que nos ha perturbado y maravillado desde el
principio de los tiempos como un padecer milenario y carente de fin. Aunque lo
conozcamos o queramos conocerlo, en realidad no podríamos dar una respuesta
eficaz si es que nos cuestionaran qué es el amor. A pesar de la vastedad muchas
veces inverosímil de nuestro vocabulario, nos quedaríamos cortos de lenguaje si
es que tuviésemos que describir lo que sentimos cuando vemos a la persona que
posee sin remedio nuestro corazón; qué es lo que nos alborota cuando escuchamos
una risa, qué es lo que nos desordena las entrañas cuando contemplamos una
mirada, un parpadeo esquivo, el brillo moribundo de unos ojos, el regalo impagable
y único de una sonrisa.
En todo caso,
lejos estamos ya de aquellas épocas irrecuperables en las que el amor se medía
en cartas apasionadas e interminables que se leían en secreto a la luz de las
velas, de los encuentros furtivos en los lugares más insospechados, de los
dolores postergados, de las tragedias legendarias, de los cortejos
encarnizados: de la lucha sin descanso por el amor imposible. En nuestros días,
lo que nos desacomoda el corazón es ver en Facebook una fotografía del ser
anhelado; el cortejo es un proceso paulatino de likes, de mensajes efímeros, de frases breves con un propósito
desatinado. Las cartas de ahora son publicaciones con una foto adecuada junto
con versos reciclados y mil veces utilizados, y muchas ☺☺☺ y muchos ❤❤❤. Las
citas se pactan en apenas dos párrafos, las relaciones se terminan con dejar “en visto” a alguien, con bloquearlo,
con hacerlo desaparecer de un medio cibernético como un remedio eficaz para
borrarlo de la vida real. Las peleas son mensajes de WhatsApp o audios de
varios minutos en los que se riñe sin descanso o donde se pactan acuerdos sin
estar nunca frente a frente. Los logros de pareja se presumen a lo largo y
ancho de Facebook con propósitos ambiguos: ¿para convencerse a sí mismos de su
amor, para convencer al mundo, o simplemente en un acto narcisista? Los méritos
del amor consisten ahora en subir la foto idónea, arrasadora, a cualquier
plataforma de las redes sociales y conseguir los likes suficientes para romper ilusiones o desbordar corazones. Quien
tenga muchos likes, muchos
seguidores, muchos comentarios, es el candidato adecuado y perfecto para un
alma solitaria.
La tecnología,
el internet y las redes sociales han revolucionado y modificado las rutinas del
amor hasta alcances insospechados. No sólo el amor, sino el procedimiento de
socialización, de convivencia y en el modo en cómo las personas interactúan las
unas entre otras hoy en día. Por supuesto, intentar imaginarse ahora una vida
sin internet resulta inconcebible: ya lo llevamos encarnado hasta la médula. Su
propósito inicial en cuanto a materia de socialización sin duda fue
beneficioso; el cómo se ha tergiversado a lo largo de los años es ya un tema
que debe profundizarse. Cuando Facebook, la red social más popular, alcanzó su
auge a finales de la primera década de los 2000, la página se propagó como una
plaga virulenta a lo largo de todo el mundo, y para enero de este año la red
tenía un aproximado de 2, 167,000 usuarios (Mejía Llano: 2018). La mecánica original
de Facebook en sí era simplista pero fabulosa: te ponía a seres distantes o a
personas imposibles al alcance de cualquier aparato electrónico. Lo vendieron,
y con mucho éxito, como una herramienta sencilla de socialización inmediata:
conocer personas nunca antes había sido tan fácil. Para una persona tímida, de
seguro esto fue un sueño hecho realidad. Así podían ahorrarse el ridículo y la
vergüenza de encararse con el ser anhelado en la vida real, y simplemente
enviarle una solicitud de amistad desde una computadora o un celular. El éxito
fue veloz y la gente pensó que, en efecto, socializar nunca antes había sido
tan sencillo. Desapareció el miedo de enviar una carta, un recado furtivo de
procedencia anónima: fue sustituido por el terror de enviar un mensaje por
Facebook corriendo el riesgo mortal de que podía no ser contestado. Hoy en día
es uno de los horrores más grandes en el imaginario social: el miedo a que te
dejen en visto. Después fueron
naciendo más aplicaciones que con el transcurso de los años terminarían
convirtiéndose en rutinas diarias en nuestra cotidianidad: Twitter, Instagram,
Tinder. Que hubo personas que encontraron éxito en el amor en esas épocas tan
tempranas de las redes sociales, es algo que no se pone en duda: fue algo
novedoso. Pero como todo lo bueno, no duró mucho.
Hoy en día, parece que el uso de las redes
sociales está ligado y vinculado con la enajenación, el ensimismamiento y en
muchos casos, con el egocentrismo perpetuo: la soledad. El objetivo social de
las redes ha llevado a las personas al punto paradójico de concentrarse en
cualquier clase de dispositivo electrónico estando en lugares concurridos o
llenos de personas. Hoy en día se pueden ver a dos amigos platicando frente a
frente pero con un celular de por medio, uno o ambos entablando conversación
electrónica con un tercero distante. En las calles, en los trenes, en los
camiones, las personas van con las vistas clavadas en las pantallas de sus
dispositivos por completo ausentes del mundo que se desenvuelve a su alrededor.
Puede encontrarse sin ningún problema, en cualquier parte de la vida diaria, a
alguien que mire en su celular fotos de paisajes maravillosos, de horizontes
idealizados, mientras tiene enfrente el panorama fantástico de un atardecer
citadino que no consigue o no quiere ver. En reuniones familiares, en fiestas
de amigos, cunden los silencios porque los congéneres están más ocupados
atendiendo los menesteres de Facebook, aquejándose al mismo tiempo de
aburrimiento. Los niños ya no juegan en las calles, ya no se ensucian ni se
raspan las rodillas, ya no interactúan con su entorno: desde pequeños sus padres
les permiten el contacto con los celulares para evitar que hagan desmanes
infantiles. Los desensibilizan. En conciertos masivos, en playas paradisíacas,
en países lejanos, la gente está más pendiente de que sus amigos cibernéticos
sepan dónde están o qué están haciendo, están más preocupados por conseguir likes, ponen más empeño en ganar
atención que concentrarse completamente en el lugar en el que están y pasar un
momento grato: el mundo entero está sumido en la soledad espantosa de la
pantalla de un celular.
Así como vemos
en Facebook decenas de videos de animales graciosos, de recetas irresistibles,
de paisajes de ensueño, nos encontramos también a diario noticias amarillistas,
publicaciones de violencia reciente, alertas constantes sobre personas muertas,
desaparecidas, el caos imparable e irremediable de nuestro país y del mundo
entero: ya ni nos inmuta. Como diría Galeano: “la máquina enseña a aceptar el
horror como se acepta el frío en invierno” (Galeano: 1986: 107). En este caso
no es aceptación siquiera: parece ser apatía, indiferencia. Si se analiza desde
un punto de vista distinto, las redes sociales también podrían considerarse una
forma de sutil e ignorada dominación: la más perturbadora, porque nosotros
mismos la perpetuamos y la mantenemos en funcionamiento. No necesitamos que nos
lo digan para que pongamos toda nuestra información personal al alcance del
mundo. Ya no necesitamos grilletes, ni cadenas, tampoco látigos. Ya tenemos
celulares. Pero cada vez menos amor.
Decir que el
propósito inicial de las redes sociales se ha tergiversado al de perpetuar la
soledad y en cierta manera, cimentar el egocentrismo, no es una regla ni una
afirmación total, más sí puede ser fácilmente comprobable. Basta con analizar
el perfil o la red social de cualquier persona: por lo general, en las fotos
más antiguas puede observarse a la persona con amigos, apareciendo en fotos
grupales: con compañía. En cambio, en fotografías más recientes sólo aparece el
individuo posando de distintas formas, ya completamente solo, bien vestido o
bien maquillado, en paisajes envidiables, junto con una frase arrasadora: es un
ímpetu narcisista, una necesidad de alimentar el ego. Eso es lo que cuenta hoy
en día, lo que al parecer hace valer a las personas, lo que les da importancia
social para desenvolverse en el mundo: tener muchos likes, seguidores en
demasía. La juventud venera a ídolos falsos: Instagram es un foco rojo de
narcicismo puro.
El amor también
tuvo que adaptarse a las nuevas épocas. En cierta manera ha habido mejorías en
cuanto al pasado: otrora las mujeres eran raptadas, víctimas de amores
reprimidos, y se pactaban matrimonios a la fuerza con personas que no se
querían entre sí. Hoy los métodos son distintos, y los solitarios tuvieron que
encontrar nuevas soluciones eficaces para escapar de su condición de
desvalimiento. Ya no fue suficiente Facebook para evidenciar la soledad y
demostrar la incapacidad –o la desgana- de las personas para socializar. Tinder
es una aplicación de citas y encuentros que hoy en día tiene también millones
de seguidores a lo largo del mundo. En su plataforma, los usuarios se ofrecen a
sí mismos con sus mejores fotos, como si fueran un menú de comida del cual se
puede escoger. Bajo sus imágenes, se les permite poner frases que dejen entrever
más o menos un rasgo de su esencia: tengo
21 años, amo los perros, me encanta leer. Si dos personas se gustan, hacen match y se abre una conversación para
que empiecen a conocerse y quién sabe, quizá encontrar el amor. Si alguien no
es de tu agrado, basta con deslizar el dedo sobre la pantalla del celular hacia
la izquierda, y borrar al candidato como si fuera un peón inservible del que no
queda ni rastro de memoria. De la escasa información que Tinder permite postear
a sus usuarios, es básicamente imposible conocer cómo es la persona en
realidad: más allá de frases que parecen moldes, queda a la imaginación o a la
divagación saber cuál es la verdadera personalidad de las personas, qué les
apasiona, que quieren, esperan o temen de la vida: qué son en realidad.
El sector LGBT tiene también sus métodos
drásticos, pero más eficaces, para sobrellevar la soledad. Grindr es una
aplicación enfocada principalmente en la comunidad homosexual masculina, que
aunque su temática es muy similar a Tinder, su propósito es más certero, y en
cierta manera, más triste: la fornicación informal y sin límites. A los
usuarios sólo se les permite poner una fotografía, de modo que deben de escoger
bien, y en su perfil, la aplicación les deja poner información tal como qué
posición sexual prefieren –activo, pasivo- e incluso si tienen o no VIH. En
ambas aplicaciones, pueden encontrarse jóvenes desde 17 años hasta adultos de
40.
El éxito
arrasador de estas aplicaciones en la sociedad contemporánea a nivel mundial
saca a la luz el individualismo que comenzó a gestarse desde el siglo pasado y
que terminó consolidándose como una autoridad total en la sociedad actual. Sean
o no derivados del capitalismo imperante y de la implacable sociedad de
consumo, la gente ya no busca más que satisfacción personal, y esto ha
repercutido hasta en las costumbres cotidianas del amor. Como diría Bauman en
su Amor Líquido (2003): “(…) no se
hacen promesas, y las declaraciones, cuando existen, no son solemnes ni están
acompañadas por música de cuerdas ni manos enlazadas (…) uno pide menos, se
conforma con menos” (Bauman: 2003: 32) Las redes sociales aceleraron de manera
drástica este proceso de individualismo. Más allá de justificar los propósitos
por los cuales estas aplicaciones de amor inmediato fueron creadas –que la
gente es tímida, que los tiempos han cambiado y los procesos de socialización
ya son distintos- en realidad parece que a la gente ya le provoca desidia hacer
algo tan sencillo como platicar, darse el tiempo para conocer a alguien: no
conciben realizar esto si no es con un aparato electrónico de por medio. Nos hemos
acostumbrado tanto a la interacción cibernética que a la hora de ver a alguien
cara a cara, en la vida real, ya nos resulta extraño.
Muchas veces
las personas carecen de métodos para intentar conocer o encontrar el amor que
no sean los ya descritos. Hoy en día, agregar a alguien en Facebook, darle me gusta a sus fotos, comentarle cosas,
es dejarle claro que estás interesado en él o en ella, es la manera de “ligar”.
En las aplicaciones se fijan fechas y se pactan encuentros, pero después de
uno, o varios, las personas no se vuelven a ver nunca. Desaparecen sin dejar
siquiera rastros de melancolía: no son más que momentos. Ya no se buscan
compañeros: se buscan llenar expectativas que nunca son cumplidas. Se busca
satisfacer deseos sexuales. Dos personas que se gustan pueden platicar todo el
día por Messenger, pero en la vida real, estando cara a cara, apenas si se
voltean a ver. Las parejas hablan, conviven, discuten y pelean por medio de las
redes sociales. Se reconcilian por medio de WhatsApp, se dicen que se aman por
medio de Messenger. Se inician o terminan relaciones por medio de las redes
sociales, y parece que una relación no puede considerarse por completo legítima
si no es compartida en Facebook. Las parejas tienen que demostrar en las redes
que son felices como si sus vidas dependieran de ello. La gente se enamora e
ilusiona por medio de las redes sociales. Una foto, un comentario en Facebook,
un me gusta que por error se escape
puede provocar celos, inseguridad. La gente ya no platica cara a cara, ya no se
ven a los ojos, ya no se mandan cartas de amor.
Por otro lado
más alarmante, se están creando robots cuyo propósito es intentar asemejarse lo
más fielmente a un ser humano. ¿Para qué? Se inventan muñecas sexuales que
parecen mujeres verdaderas y que prometen ser más satisfactorias que una fémina
legítima de carne y hueso. Los circuitos vienen programados para que los robots
sean capaces de entablar conversaciones, y los hacen porque saben que la gente
está sola, y que lo está por decisión. Se avecina un porvenir sombrío: el
transhumanismo. ¿A ese grado hemos llegado ya? Nos sentimos solos día a día
rodeados de decenas, de cientos, de miles de personas. Nos sentimos solos en el
camión, en el tren, en la calle mientras la gente va y viene y cada quien se
pierde en su rumbo: da más calor humano, brinda más compañía el brillo
macilento de la pantalla de un celular.
La tecnología
ha avanzado tanto que incluso pretende imitar o facilitar las relaciones y las
interacciones humanas, cuando en realidad sólo agravan la soledad en los
individuos. Y si bien este fenómeno se ha dado siempre –aunque por supuesto
distinto a lo largo de la historia- la aparición radical de las redes sociales y
el intempestivo auge del individualismo fueron los factores que consolidaron y
demostraron la autoridad total de la soledad en la sociedad. Ya no se ve el
amor como un medio para compartir la soledad con otros menesterosos de afecto,
sino como un subterfugio momentáneo para escapar del abandono propio. Las redes
no han hecho más que sacar a plena luz nuestros vicios de siglos: intentar
encontrar el amor verdadero, satisfacer un desafuero carnal, o simplemente escapar
de la soledad intolerable. En todo caso, aun con la facilidad y el alcance
social que las redes ofrecen y la sencillez con la que nos conectan a otras
personas, parece que estamos más solos que nunca.
Testimonios:
Anónimo. Sexo Femenino, 22 años, estudiante de la Universidad de Guadalajara.
-Estábamos
peleando, la verdad es que la cosa se puso fea.
-¿Qué pasó?
- Pues que se
viene dando cuenta que lo había engañado, y ése día me lo sacó en cara.
-¿Cómo se dio
cuenta? –le pregunto.
-Pues yo creo
que empezó a sospechar porque le publicaba cosas al otro güey, le comentaba sus
fotos, le ponía corazones. A parte él también comentaba mis fotos y no dejaba
de publicarme cosas en mi muro. Mi novio debió pensar que algo no andaba bien
ahí. Total supo que le puse el cuerno, y me dijo que ya no podíamos seguir
juntos. Se puso bien histérico, y me cortó. Me dijo que fue un gusto conocerme,
pero que ya no me quería volver a ver.
-Qué feo. ¿Y te
dijo todo eso en la calle?
-Eh, no –se
sonroja-. Por WhatsApp.
-¿Te cortó por
WhatsApp? ¿Es neta?
-Sí.
-¿Y luego qué?
-Pues nada, ¿no
te digo que me cortó? Ya no nos volvimos a ver.
Comentario
de un usuario de Tinder en la PlayStore de Google respecto a una falla en su
aplicación, subido el 4/5/2018:
Sería genial si la edad pudierase de
16 o 17 porque otras personas también buscan pareja en esa edad, y la ley dice
que la edad no importa, lo que importa es el amor en la persona, hací que pongo
una estrella a su aplicación, y aparte quieren ganar solo dinero… bah muy caro
además estoy debía ser gratis no todo pagabdo
Frase en
el perfil de una joven en Tinder. Anónimo:
“De verdad espero no seguir mucho tiempo aquí”.
Anónimo, sexo masculino, 24 años. Tatuador profesional.
-¿Pues qué te
digo, güey? Ya sabes que abrí Tinder como hace un mes, así nomás de cotorreo.
No es como que quisiera encontrar al amor de mi vida o mamadas así. No creo que
saques algo así de ahí, la neta. Al principio nomás era andar viendo cómo
estaba el pedo, ver si había morras chidas, cotorrear un rato. La neta está
divertido porque te encuentras a un chingo de gente conocida, y las saludas y
es como de “ah, qué pedo, qué estás haciendo aquí”, y te cagas de risa. Al
principio como que sí me dio algo de penita que me vieran, pero pues luego ya
me valió verga porque me encontré amigas de la prepa, de la colonia, un putero
de banda así sola como yo –se ríe.
-Y
pusiste tu foto, ¿verdad?
-Obvio, en la que
me veo mejor. Más perra.
-Más perra
–afirmo-. ¿Y cómo fue tu experiencia? Aún tienes Tinder, ¿no? Aun no lo
cierras.
-No, todavía lo
tengo. Pues –se rasca la nuca-, los primeros días no saqué nada acá chido. De
que hacía match con las morras y
platicábamos poquito, pero equis. Luego ya hice match con Rachel, con Raquel, ¿te acuerdas?
-Simón.
-Ah, y pues con
ella sí comencé a cotorrear más chido. Ella se me hizo muy guapa, y la neta
pues sí estaba buena. Duramos unos días hablando y luego ya fue cuando le dije
que le cayera a mi casa, porque fue un día que había fiesta y aproveché que
estaban todos para que no pensara que yo iba a querer pasarme de verga, o algo
así.
-Ajá. ¿Y cómo fue
conocer cara a cara a alguien con quien sólo habías hablado por medio de tu
celular?
-Pues está
cagado, al principio como la incomodidad de no saber qué decir. Pero pues la
neta la morra era bien buen pedo y cotorreó con toda la banda, y hasta bailó
con nosotros. Bailamos juntos pero casi ni platicamos, platicó más con ustedes,
pero a todos les calló bien y la morra se me hizo chida en ese aspecto. Nos
pusimos pedos y ya pues en la madrugada se fue a su casa, nos despedimos equis
y dijimos que luego nos veíamos. No nos besamos siquiera. Luego al día
siguiente tuve una albercada y la volví a invitar. Otra vez la morra cotorreó
bien chido con los amigos, con mis amigas que a veces son bien mamonas con
otras morras, pues con ellas estuvo plática y plática, y por ese lado se me
hizo bien chido. No había incomodidad como cuando invitas a alguien y no hayas
ni de qué hablar y que nomás está callada ahí con todos tus compas, ¿ubicas?
-Sí. ¿Y qué
esperabas de todo eso?
-Pues… es que ahí
está lo cagado. La neta hubo un rato en qué no sabía a dónde iba a llegar todo
eso con Raquel, ¿sabes? Porque por mensajes no nos habíamos puesto de acuerdo.
O sea, ni nos habíamos besado, ni nos lanzamos indirectas ni nada, y yo pensé
que a la mera la morra nomás quería que fuéramos amigos y ya.
-¿Y qué pasó?
-Pues después de
la albercada nos volvimos a ir todos para mi casa. Nos pusimos pedos, bailamos
y por primera vez en dos días nos quedamos nada más ella y yo solos. Estábamos
acostados en mi cama mientras todos pisteaban y bailaban en la sala. Empezamos
a hablar, y duramos hablando un chingo. Luego se puso como intenso el pedo, la
morra se puso acá medio cachonda y nos empezamos a besuquear bien cabrón. Le
dije que se quedara a dormir y me dijo que sí –se ríe y fuma-. Luego pues ya
sabes, una cosa llevó a la otra.
-¿Qué pasó
después?
-Al día siguiente
nos levantamos, volvimos a coger, ella se bañó y luego fuimos a desayunar. Se
quedó un rato en la tarde en mi casa y ya después se fue porque su mamá le
habló. Nos despedimos de beso y dijimos que luego nos veíamos, que sabe qué. Y
pues ya.
-¿Pero entonces
qué pedo? –le pregunto-. ¿Ya no vas a salir con ella o qué?
-Pues no, güey.
La neta nomás quería coger.
Comentario
de un usuario de Tinder en la PlayStore de Google respecto a una falla en su
aplicación, subido el 7/5/2018
NO
TENGO NINGÚN MATCH, ACASO SOY TAN FEO? QUE ES LO QUE PASA CON USTEDES
DESGRACIADOS
Anónimo, sexo masculino, 21 años. Estudiante de la Universidad de Guadalajara.
Pues yo abrí Grindr como hace un año, amiga. La neta me
la pensé mucho, me daba miedo, o pena, no sé, era raro. Todos mis amigos lo
tenían y me decían que lo abriera, que no pasa nada, que sabe qué, y pues
total, terminé descargándolo. Yo ya sabía que era sólo para coger, ¿sabes? No
es que lo buscara sólo para eso, pero sí me daba curiosidad ver cómo era,
conocer gente, porque te digo que todos mis amigos jotos lo tenían y pues como
que yo sentía la espinita y hasta que dije ya pues, a la verga. Y pues ya, lo
abrí. Sí hay batos de que súper guapos, pero es como si todos fueran iguales
porque todos te preguntan ¿qué rol eres? O sea, que si eres activo o pasivo, y
te mandan nudes a lo pendejo. De que sólo les pones hola y ya te están mandando
una foto de su pito, o que si tienes lugar, o que cuándo nos vemos. Neta sólo
quieren coger. No sé cómo sea Tinder, pero en Grinder son bien poquitos los
güeyes que buscan algo más o menos serio o que de verdad quieran conocer gente.
Puro coger y ya, no te preguntan otra cosa, güey. O sea, no te voy a decir que
yo andaba de mosquita muerta porque si lo abrí fue por algo, ¿no? Y pues… me
acuerdo de un bato porque fue con el que más duré cotorreando. Él no tenía foto
de perfil, yo sí, así que todo el tiempo fue como hablar con un anónimo.
Platicamos chido, fue el único que no me dijo que si quería coger, ni tampoco
me mandó fotos de su verga. Platicamos como si fuéramos amigos de Facebook, y
me pedía fotos y yo se las mandaba, pero cuando yo le pedía fotos de él se
hacía güey y me cambiaba de tema. Pasaron como… ¿qué será, dos semanas? Y pues
al final sí me terminó enviando una foto suya –se ríe, apenado-. Ay güey,
estaba bien feo. Era un señor y me dijo que estaba casado, que tenía hijos… no
sé… me siento culero pero pues ya dejé de contestarle, ya no abría sus mensajes
ni nada. Lo último que me puso fue: “¿por
qué ya no me contestas? ¿No te gusté?”. Me sentí más culero, la verdad, me
puse muy triste, pero no sé… Luego cerré la aplicación. Nunca me vi con
nadie.
Anónimo, sexo femenino, 23 años. Estudiante de la Universidad de Guadalajara.
Éste… bueno, no
fue realmente porque yo quisiera abrirlo, sino que como Rubén –un amigo- me
veía así como que muy sola, me dijo “sabes qué, abre esta cosa y a veces ahí
salen muchos hombres guapos”. O sea, en Tinder. Y pues la neta yo no quería,
porque dije, no manches o sea, vas a conocer a personas, o sea sus fotos puede
que se vean pues bien, o que no estén locos, ¿sí sabes? Y yo dije no, qué
miedo, pero pues igual lo abrí. Y pues… realmente yo le daba sí me gusta a los
puros guapos –se ríe-, pero o sea, me decían que nos viéramos pero pues yo
nunca quería. O sea, sí me daba como que miedito, y el único con… de hecho ahí
conocí a Marco y pues.... el único que salí fue con Marco, de ahí de Tinder, y
fue el único que me desgració la vida –vuelve a reírse-, porque lo extraño
tanto. Y pues ya, o sea, ahorita ya no tengo Tinder, desde hace mucho tiempo ya
no tengo Tinder porque pues me aburre. O sea pierdo muchísimo tiempo en eso
pero… no se me hace como que sea interesante Tinder por lo mismo de que a veces
las personas cuando les pones me gusta
o algo así te dicen “¿quieres sexo?” y pues la neta no, yo no busco eso.
Entonces pues mejor la quité ya. Prefiero, no sé… ahorita que estoy en la
Universidad prefiero conocer a las personas. Realmente, como dices: la
tecnología ahorita… no sé, el WhatsApp y todo ese tipo de cosas, ya puedes
conocer a la persona… O sea, no lo puedes conocer tal cual, pero todo te va a
estar platicando por mensajes, ¿sí sabes? Ya no vas a estar viendo a la persona
y eso se me hace como que muy chafa, porque ¿cómo es posible que ya la
tecnología nos impida estar de frente y conocer a la persona, así, su esencia?
Entonces, se me hace muy chafa que la verdad la utilicemos para como tú dices,
para conocer personas, como tú te enamoraste del @*&#%$. Está muy chafa
así.
BIBLIOGRAFÍA:
- Mejía Llano, Juan Carlos (2018) Estadísticas de redes sociales 2018: Usuarios de Facebook, Twitter,
Instagram, YouTube, Linkedln, Whatsapp y otros. Capturado en: http://www.juancmejia.com/marketing-digital/estadisticas-de-redes-sociales-usuarios-de-facebook-instagram-linkedin-twitter-whatsapp-y-otros-infografia/#Informe_detallado_usuarios_redes_sociales_WeAreSocial_y_Hootsuite
-
Galeano, Eduardo (1986) Días y noches de
amor y de guerra, pp. 107. Madrid, Alianza Editorial.
- Bauman,
Zygmunt (2003) Amor líquido. Acerca de la
fragilidad de los vínculos humanos, pp. 32. Capturado en:
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