Somos ciudadanos del mundo, pero esclavos en nuestras patrias.
Somos parte de una generación que apareció en medio de la confrontación cultural más grande que el mundo ha visto, confrontación en la que también fuimos criados, educados y a la que fuimos amoldados perfectamente desde el momento en que nacimos. Y en la que, hace más años todavía, apareció la batalla global por mantener una hegemonía, que hoy ya no es tanto por parte de los estados, ni es tan militar, y casi nada ideológica, como sucedió durante todo el siglo XX, sino una igualmente vieja, aunque más disimulada: una hegemonía económica. El aspecto cultural de la homogeneización de las naciones es sólo un efecto colateral.
El término “globalización”, como lo conocemos, proviene del inglés “globalization”, que se podría adaptar al español como “mundialización”. Este término, que en 2008 fue nombrado palabra del año, puede ponerse como antecedente y consecuente de todas las políticas públicas y privadas destinadas a internacionalizar los bienes y servicios, o bien, a lucrar con ellos y con todo potencial consumidor humano que los padezca.
La globalización, como se ha llamado a este fenómeno, es una confusión de finalidades: incluso los movimientos obreros o de izquierda que ahora están en contra de la globalización, han tenido como propósito, desde el siglo XIX, reunir a personas de distintas localidades del mundo para unir voluntades y satisfacer necesidades comunes, por eso se han hecho llamar “internacionales” aunque a veces no lo sean. Esto es globalización, término que se ha utilizado en estos últimos años como un tecnicismo que no se refiere a la globalización, sino a una forma muy específica de integración económica internacional.
El asunto de una unificación económica y cultural no sería un problema –todos soñamos con una utopía como la de John Lennon- si no estuviese tomando un sistema económico basado en la desigualdad y en el egoísmo humano con una mano y un sistema militar simulado con la otra, sistemas que, en otros tiempos, nos hubieran hecho pensar que el mundo que conocemos está formando parte de un gran pero inestable imperio.
Historia de nunca acabar
A lo largo de la historia humana (demasiado humana), el poderío de los diferentes pueblos que se han convertido en imperios, símbolos de grandeza y desarrollo humano, se ha logrado atravesando los escudos, las casas, los pechos y la dignidad de otros pueblos que se extinguieron defendiendo su propia grandeza y desarrollo humano. Historia antigua que aún no termina; ahora no se mencionan grandes imperios, se mencionan grandes potencias económicas.
En el imperio romano, por tomar un ejemplo conocido, la economía y la “seguridad” estaban aseguradas por la agresión desmedida hacia otros pueblos, cuyos habitantes no eran más que salvajes bárbaros que amenazaban la paz de los ciudadanos romanos, que eran criados por el “circo y pan”; la grandeza cultural del imperio estaba basada en la mezcla obligada con otras culturas que no tenían de otra más que aceptar que sus raíces fueran robadas; la moneda y el idioma del imperio eran oficiales en todos los pueblos que éste tenía bajo su yugo, así como la imposición del servicio militar obligatorio para todo ciudadano, con lavado de cerebro incluido; La gran mayoría del pueblo de roma estaba esclavizado literalmente, por ser de ascendencia diferente, al servicio de sus amos, mientras que el resto estaba esclavizada disimuladamente, por poseer la ciudadanía romana, al servicio del sistema; sistema que obligaba a pagar impuestos a todos o, de lo contrario, se perdían las propiedades y la ciudadanía, perdiendo incluso el reconocimiento como persona, quedando indefenso ante la voluntad de cualquier otro aún ciudadano con ganas de estrenar un esclavo. Y la mayoría de las ocasiones, la esclavitud no era necesaria para que un habitante de Roma fuera abandonado a su suerte si contraía una de las innumerables enfermedades que aparecían cada día, casualmente, en los barrios pobres, que eran todos, salvo unas cuantas casas de potentados que temían salir a las calles por estar atestadas de gente indeseablemente contaminada por la falta de suerte.
Como todos los grandes imperios, antes de su caída, el imperio romano se enfrentó a una población sumida en la más completa decadencia y libertinaje, al igual que la clase política. Esto provocó la división del imperio y que ni el mejor ejército del mundo pudiera contener la ira de los pueblos emergentes y la del imperio otomano, que era igualmente grande y poderoso, aunque menos conocido en el occidente.
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