lunes, 25 de noviembre de 2019


Arantza Marisol López Quintero

Resistencia de mujeres mediante la sororidad.

A través de este ensayo hablaré sobre la importancia de la sororidad como forma de resistencia por parte de las mujeres ante una sociedad patriarcal, la cual se ha encargado de invisibilizarlas a través de la historia. Busco convencer a las lectoras de cuestionar su “normalidad” y comenzar a compartir con otras mujeres sus experiencias a partir del acompañamiento y apoyo colectivo, donde nuestro objetivo sea ayudarnos a liberarnos y crecer para lograr una mejor calidad de vida.  Unir nuestras voces y poder realmente escucharnos para ser agentes de cambio. Como forma de introducción les hablaré de dos conceptos clave que son importantes de comprender para adentrarse en el contexto, estos son: Sororidad y patriarcado. Después repasaremos a algunas autoras y mujeres que a través de la historia han logrado salir adelante gracias al apoyo de otras mujeres y finalmente el cómo en este nuevo siglo, las mujeres hemos tenido la oportunidad de comenzar a reunirnos en maneras en que antes no podíamos gracias a la revolución digital en la que estamos inmersas.

Reflexionando sobre nuestro entorno:

Patriarcado

              Según Marta Fontenla, en su artículo sobre patriarcado plantea esto:
En términos generales el patriarcado puede definirse como un sistema de relaciones sociales sexo–politicas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia (Fontenla, 2008).
El patriarcado viene de la mano de una serie de valores que encontramos en la educación dentro de estas sociedades, en las que, a partir de que se declara a los hombres como sujetos dominantes y activos se procura en ellos una actitud masculina para declarar quién es el alfa. Es aquí donde, como dice la socióloga Ana D. Cagigas Arriazu: “Los niños comprenden las pautas de poder y dominación y las niñas las de aceptación y adecuación a ellas” (Cagigas Arriazu, 2019). El problema se direcciona hacia las mujeres cuando, los hombres, entre su disputa por saber quién es el más macho, desisten de verlas como iguales a ellos y en su lugar son idealizadas como un objeto a poseer cuyas principales características son ser  femenino, delicado y débil, por lo que no es considerado digno de competencia para ellos, ya que su “lugar” está en otro lado. Además, son utilizadas como objeto al reafirmar su masculinidad con actitudes de poder y control dentro de las relaciones jerárquicas, especialmente románticas y familiares. Todas estas actitudes se han mantenido en nombre de la fraternidad y la búsqueda de mantener los privilegios que han cosechado a lo largo de tantos años. Como el orden patriarcal le ha impedido a los hombres vernos como iguales, las mujeres han sido relegadas desde hace mucho tiempo al ámbito privado de la vida social: La familia. Esta forma de organización coloca a la mujer en un lugar de independencia ante el patriarca y la responsabilizaba de la educación de los hijos y  trabajo doméstico a cambio de ser proveedor.  La mujer dentro del orden patriarcal se ve limitada de muchas maneras, y estas son algunas de las que todos podemos identificar:
Vemos al patriarcado cuando en ciertas religiones se afirma que Dios creó al hombre y, a partir de él, a la mujer para servirle. Vemos al patriarcado cuando se ve al hombre como superior a la mujer. Vemos al patriarcado cuando en México y en la mayoría de los países del mundo nunca ha habido una mujer presidente. Vemos al patriarcado cuando en las instituciones de seguridad no toman en serio casos de violencia de género. Venos al patriarcado cuando la primera declaración de derechos en el mundo lleva como nombre: La Declaración de Derechos del Hombre y Ciudadano. Vemos al patriarcado cuando los hombres en posiciones de poder legislan sobre el cuerpo de las mujeres sin alguna de ellas participando. Vemos al patriarcado cuando instituciones como la iglesia, que es también patriarcal, se autoproclaman conocedores de la verdad absoluta y colaboran a la regulación del cuerpo y vida de las mujeres. Así mismo, gran parte de la población no ve al patriarcado ya que ha sido educada como si este sistema opresivo fuera la normal y única posibilidad, por lo que buscar un cambio suena ilógico. Todo esto está impregnado en nuestra consciencia colectiva y ha sido perpetuado por miles de años, sin embargo,  a partir del siglo XVIII, las mujeres han ido despertando y reaccionando colectivamente ante este orden patriarcal con el nacimiento de movimientos feministas alrededor del mundo. Ya existían redes, sin embargo, se creó nombres para cuestiones específicas, entre ellas la Sororidad.

Sororidad

La sororidad podría pensarse como lo contrario a la fraternidad, sin embargo, mientras los hombres se encargan de protegerse entre ellos y concentrar el poder al darle prioridad a sus relaciones, las mujeres procuran protegerse unas a las otras frente a las situaciones violentas y de competencia a las que son orilladas por su relegación ante la posición privilegiada de los hombres.  De ello nos habla Marcela Lagarde de los Ríos en su libro El Feminismo en mi vida, cuando explica que:
La sororidad es una solidaridad específica, la que se da entre las mujeres que por encima de sus diferencias y antagonismos se deciden por desterrar la misoginia y sumar esfuerzos, voluntades y capacidades, y pactan asociarse para potenciar su poderío y eliminar el patriarcalismo de sus vidas y del mundo.(…) Lograr la alianza y usarla para cambiar radicalmente la vida y remontar la particularidad genérica (Heller, 1980), reconstituye a las mujeres y es un camino real para ocupar espacios, lograr derechos, consolidar protecciones entre mujeres y eliminar el aislamiento, la desvalía y el abandono.(…) Enfrentar la opresión implica hacerlo también entre las mujeres. La sororidad, como alianza feminista entre las mujeres, es indispensable para enfrentar la vida y cambiar la correlación de poderes en el mundo (Ríos, 2012).
La cita anterior nos revela cómo la sororidad comprende las acciones de hacer resistencia ante la misoginia normativa de la sociedad cuando las mujeres se alían a ocupar espacios, apoyarse y protegerse entre  ellas. Es reclamar lo que se les ha arrebatado históricamente y rehacer la realidad comenzando por nosotras y por el trato que nos proporcionamos. Comenzar a darnos prioridad cuando siempre se nos educó para priorizar a los hombres y vernos como competencia ante una aprobación dada por ellos. Iniciar a exigir y hablar todo aquello que hemos callado porque nos hemos sentido solas, cuando dentro de un sistema patriarcal toda la violencia es sistémica y aquellas mujeres a las que siempre se les ha hecho pensar que la otra es su rival, comienzan a comprender que no son tan distintas y atraviesan las mismas violencias de la sociedad machista en la que viven. La sororidad es un despertar, sin embargo no es uno fácil, porque el acompañamiento entre mujeres es una forma de rehacer nuestra socialización y decidir con  qué personas vale seguir conviviendo, eliminar a las personas violentas de sus vidas y disculparse con las otras mujeres por ejercer violencia contra ellas, además tener la capacidad de sanar vínculos con otras mujeres. Marcela Lagarde afirma que “la sororidad es política en tanto pacto de alianza que deconstruye la misoginia y construye la igualdad entre las mujeres” (Ríos, 2012, págs. 421-422).
              Un ejemplo del cambio de ver las cosas  es como en la revolución francesa se luchaba a partir del lema: “Libertad, igualdad y fraternidad” y hasta hace unos días en una manifestación feminista en Francia se presentó una mujer con un cartel que contenía la leyenda de “Libertad, equidad y sororidad”. Las mujeres están volteando a ver a lugares que nunca antes se les pudieron haber ocurrido.

Testimonias de sororidad en la historia

No es novedad que la historia ha sido escrita por los hombres y para los hombres, donde ellos son los protagonistas y las mujeres, como ya lo habíamos mencionado, estuvieron relegadas al ámbito privado por gran parte de ese tiempo. La educación y las mujeres son también una combinación muy reciente, por lo que para una mujer que no sabía leer ni escribir, era casi imposible documentar lo que pasaba en su vida. O las que si tenían el conocimiento para hacerlo, se veían en circunstancias que se los complicaba, como cuidar a su familia y trabajar. Afortunadamente, contamos con algunas que se dieron la molestia de compartir sus experiencias. Una de ellas es Virginia Woolf cuando, en su texto, Una Sociedad habla sobre como ella y sus amigas se reunían para tomar el té en 1914 para hablar sobre la vida y principalmente adorar a los hombres, ya que era lo único que sabían hacer. En este grupo comenzaron a cuestionar el reconocimiento que le atribuían a estos e hicieron un pacto de no tener hijos hasta que el mundo fuera adecuado y más satisfaciente. Sin embargo, una de ellas llega a una sesión embarazada y nombrándose impura, preguntándole a las demás mujeres si ¿Aún querían su presencia ahí? A lo cual sus compañeras, mediante un acto sororo le contestaron que realmente la “impureza” era una tontería producto de la ignorancia y que solo deberían de admitir la no castidad en su sociedad (Woolf, 2019). Esta historia podría sonar como una no relevante, sin embargo, una de las tantas opresiones que se da hacia las mujeres es hacia su cuerpo y libertad sexual, por lo que aceptar a una de las suyas que para la época sería vista como sucia, es un acto revolucionario. No podemos olvidar que hasta la fecha, en algunos lugares del mundo a las mujeres se les sigue calificando en valor a su experiencia sexual y pureza, porque los hombres, al usarlas como medio de reproducción, buscan asesorarse de que el hijo(a) será de su sangre.
Otro caso que se dio en los 80´s fue el de la feminista radical Andrea Dworkin y su travesía en Estados Unidos, que fue posible gracias a las mujeres. Ella relata su experiencia en su texto Nuestra Sangre, al compartir que:
Pero yo no tenía donde ir, ningún lugar donde seguir siendo escritora. Así que me volqué a la aventura -hacia los grupos de mujeres que me ofrecieron un sombrero para juntar dinero al final de mis discursos, hacia las escuelas donde las estudiantes feministas lucharon para que se me pagaran al menos cien dólares, hacia las conferencias donde las mujeres vendían camisetas para pagarme. Me tomaba semanas o meses escribir un discurso. Viajaba en bus largas, agotadoras horas, para hacer lo que a los ojos de otros parecía ser el trabajo de una sola tarde y dormía donde fuera que hubiese cupo. Como padecía de insomnio, no dormía mucho. Las mujeres compartían sus casas, su comida, sus corazones conmigo, y conocí mujeres en todas las circunstancias, mujeres buenas y mujeres crueles, mujeres valientes y mujeres aterradas. Y las mujeres que conocí habían sufrido cada crimen, cada indignidad (Dworkin, 2019, pág. 8).
La historia que nos relata Dworkin, como la de muchas feministas es a de rechazo a la publicación de  su trabajo por la naturaleza incómoda del mismo y nos habla sobre como tuvo oportunidad de compartir algo de este gracias a la ayuda de más mujeres preocupadas porque el mundo tuviera más cosas por aprender. Tener la ayuda de estas mujeres cuando nadie más estaba dispuesto a ayudar, nos facilitó que ustedes puedan leerla aquí el día de hoy.
“El movimiento de las mujeres me mantuvo con vida. No viví bien o segura o con facilidad, pero no dejé de escribir, tampoco” (Dworkin, 2019).
 De eso se trata la sororidad, ser conscientes de que las circunstancias sociales no son las indicadas para el crecimiento y desarrollo de las mujeres por todo aquello que nos impide avanzar, y accionar frente a ello para no quedarse simplemente con ese conocimiento. Agradecer el esfuerzo de las demás y estar dispuesta a hacer lo mismo por ellas. Ayudarnos unas a las otras a afrontarlo y exigir nuestro lugar en él.

Actualidad

Actualmente la sororidad va en gran crecimiento gracias al uso de las redes sociales y la facilitación al contenido de lectura, páginas, música y redes feministas de acompañamiento que existen en internet. Es difícil que se censuren las ideas de las mujeres en la red, que fue justo lo que se intentó hacer con muchas teóricas del género de siglos pasado y gracias a esto, tenemos más herramientas para resistir y cuestionar. Hay un contacto más rápido entre aliadas, ahora hermanas y una cantidad mucho mayor de ellas también. Estas son cosas que podemos ver claramente en las marchas feministas de los últimos años, en las manifestaciones de las escuelas y en grupos de lectura y acompañamientos. Hay movimientos sociales también dirigidos por mujeres que se encuentran en resistencia, entre ellos las Zapatistas y las kurdas. Las mujeres se están organizando y avanzando, reconociéndose y sororizándose. Esto es una gran noticia para cualquiera de ellas, no hay que perder la esperanza y a que seguir con la resistencia.

Solas llegamos más rápido, pero juntas llegamos más lejos.



Bibliografía

Cagigas Arriazu, A. D. (15 de 11 de 2019). Dialnet. Obtenido de file:///C:/Users/74311483/Downloads/Dialnet-ElPatriarcadoComoOrigenDeLaViolenciaDomestica-206323.pdf
Dworkin, A. (15 de 11 de 2019). Obtenido de file:///C:/Users/74311483/Downloads/Nuestra%20Sangre_Andrea%20Dworkin_version_final.pdf
Fontenla, M. (2008). Diccionario de estudios de Género y Feminismos. Biblos.
Ríos, M. L. (2012). El Feminismo en mi vida. Ciudad de México: Inmujeres DF.
Woolf, V. (15 de 11 de 2019). La Sociedad. Obtenido de file:///C:/Users/74311483/Downloads/la-sociedad.pdf

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