“Las diferentes representaciones sociales que existen a cerca de la
prostitución”
“Para la puta el perdón, sí, pero la condena a un
“trabajo” que no tiene salvación.
Para los “clientes”, algún Padre Nuestro, algún Ave María, y el guiño de
la complicidad de género”.
(Juan Carlos Volnovich; 2010: 226/227)
Este
trabajo constituye las bases sobre las cuales deseo construir mi proyecto de
tesis final de la licenciatura en sociología. El objetivo principal es indagar
sobre las diferentes representaciones sociales que existen a cerca de la
prostitución en la sociedad en general, es decir, analizar no sólo las
representaciones que surgen en “la sociedad” sino también aquellas que
construyen las mismas prostitutas sobre sí mismas y sobre el trabajo que
realizan. Mi interés por analizar este tema es que considero, ante todo, que la
prostitución es un problema social que nos afecta a todos, y del cual todos
somos responsables. Mirar para el costado suele ser una práctica muy usual en
los individuos, pero como cientista social, considero que tengo herramientas
suficientes para demostrar a la sociedad el significado real que la práctica de
la prostitución implica, y, porque no, crear al menos un poco de concientización
social.
La
prostitución, como todos sabemos es una de las profesiones más antiguas del
mundo. Sin embargo, a la hora de abordar el tema, parece ser que a muchas
personas les incomoda, les desagrada e incluso se sonrojan. Es como si uno
hablara de un tema tabú, algo “prohibido”,
“negado”, considerado “éticamente incorrecto”. Sin embargo, todas
las personas -jóvenes, adultos, mujeres, hombres, niños, profesionales,
trabajadores, políticos, etc.-, tienen (o construyen) diferentes
representaciones -en su mayoría con una connotación negativa- para referirse a
la prostitución, o más bien, a las prostitutas, quienes parecen ser las
reproductoras de un mal que tanto afecta a la sociedad, pero del que nadie se
atreve a hablar, ni mucho menos denunciar.
¿Quién no conoce al amigo de un amigo, al vecino del tío, a un primo, o
al padre, etc. que consume prostitución, o mejor dicho, que prostituye? Sin
embargo, como vivimos en sociedades y culturas que no cuestionan la
prostitución, que conciben a los hombres como meros sujetos de placer, de
poder, y a las mujeres como objetos al servicio del placer masculino, no son los
consumidores quienes son juzgados por la sociedad. Las miradas se detienen
sobre las mujeres que ofrecen sus cuerpos como herramienta para trabajar,
cuestión tan rechazada socialmente, ya que los órganos sexuales y la sexualidad
permanecen inscriptos en el imaginario social como algo sagrado, pecaminoso o
inmoral.
Si bien la oferta parece orientar y fomentar la demanda, se trata no
sólo de dos factores que se realimentan entre sí, sino, de una demanda preexistente
cuya materialidad está garantizada por las representaciones que circulan en el
imaginario social (no debemos olvidar el rol que ejercen en esta relación los
proxenetas, la policía, el poder político; quienes de diversas maneras –legal,
física, psicológicamente, etc.- abusan de estas mujeres).
De manera que cuando se escucha la frase: “la prostitución es la profesión más antigua del mundo” -expresión
tan utilizada en la jerga social-, se hace referencia a los sistemas de
explotación que presiden la civilización actual –el patriarcado y el
capitalismo- a su condición eterna, a su permanencia en el tiempo, y ello
tiende a reforzar el carácter esencial y a-histórico con el que circulan por el
imaginario social las mujeres. Verlas o no verlas, es una cuestión de atención,
de dónde y cómo las personas eligen dirigir la mirada.
El hecho de que una mujer consienta intercambiar sexo por dinero nada
dice a cerca de las condiciones que la llevaron a ese “acto de libertad” –como
muchas veces es interpretado por el resto de la sociedad-. Al parecer nadie se
pregunta si ella consintió en ser pobre, analfabeta, denigrada o desvalorizada
socialmente. Al parecer nadie se pregunta sobre la necesidad que tienen los
varones de usar su cuerpo para satisfacer sus deseos, para hacer uso de su
abuso de poder. Sin embargo, todos y todas, a partir de nuestros juicios
personales, y del conocimiento de sentido común –que es avalado socialmente-
nos encargamos de generar y reproducir diferentes representaciones sociales acerca
de estas mujeres y de la actividad que realizan; la mayoría de las veces, sin
tener en cuenta que esta supuesta “libre elección” de las mujeres a vender sus
cuerpos, no sólo encubre el sometimiento de un poder, la denigración de lo
femenino, sino que además propone la esclavitud como salida laboral y supone
–entre otras cosas- una grave transgresión a los derechos humanos. Es una
práctica que tiende a convalidar y reforzar la desigualdad entre los sexos y la
opresión de las mujeres a escala mundial.
Ahora bien, teniendo en cuenta las perspectivas teóricas que hemos
estudiado a lo largo de mis estudios, considero pertinente en una primer
instancia recurrir a los siguientes conceptos de Giddens -agente, razón, acción
y poder- para evidenciar que desde la sociología, tenemos las herramientas
necesarias para abordar un tema de tal magnitud.
En palabras de Giddens, el individuo es un agente reflexivo que tiene la capacidad de elegir obrar de una u
otra manera; es decir, tiene el poder ejercer control sobre sus actividades y
los contextos físicos y sociales en que éstas se inscriben, lo que se traduce
en una capacidad de racionalización de su conducta. El hecho que las
prostitutas sean agentes reflexivos inscriptas en cierta situación contextual con
la capacidad de elegir vender o no sus cuerpos, no significa que no padezcan
esta “libre elección”, que no se enfrenten a situaciones de restricción o
constreñimiento, proveniente de condiciones inadvertidas de la acción. Que la
mujer elija prostituirse por una necesidad económica, etc. no significa que
apruebe el maltrato físico, psicológico y moral que ejercen sobre ella el
consumidor, el proxeneta, la policía etc.; o que acepte como válida la
esclavitud de la mujer, ni mucho menos, las representaciones sociales que se
generan respecto a su labor.
Giddens define la acción como la corriente de
intervenciones reales o contempladas de seres corpóreos en el proceso en marcha
de eventos en el mundo. Hace referencia a la conducta, en tanto proceso vivido
por sus actores. De esta manera, entiende la acción como un flujo continuo de
las intervenciones de los actores con capacidad de actuar. El registro reflexivo
de la actividad es un rasgo permanente de una acción cotidiana, que toma en
cuenta la conducta del individuo, pero también la de otros. Las prostitutas no
sólo registran de continuo el fluir de sus actividades, sino que además esperan
que otros, hagan lo mismo. Está aquí el centro de la cuestión: la acción
–vender el cuerpo- no sólo tiene la significación que le otorga quien la
realiza –la prostituta-, sino también, la comprensión que realicen de esa
práctica el resto de los agentes con quien guarda relación en el sistema de
relaciones sociales en que se inscribe.
La relación entre los agentes y
la forma en que ese sistema opera sobre la actuación, provoca que las
consecuencias de las acciones puedan ser contrarias a las pretensiones
declaradas al realizarlas. La acción de las prostitutas de vender su cuerpo que
es tan rechazada por la sociedad, opera negativamente sobre esa actividad
–justamente por la connotación negativa que permanece inscripta en el
imaginario social el hecho de utilizar los órganos sexuales como una
herramienta de trabajo- originando en el resto de la sociedad, representaciones
equívocas del verdadero significado que la acción inscribe para la prostituta.
Además
de los elementos mencionados con anterioridad, resulta fundamental señalar que
la acción también guarda estrecha relación con el poder. Si el poder –en términos de Giddens- se refiere a la
capacidad que el actor tiene de intervenir en el curso de los eventos y
alterarlos, y la acción implica la fijación de medios para la consecución de
resultados, se entiende que el poder es el elemento que media entre los
propósitos de la acción y el logro de los resultados buscados. Ahora bien, con
esto no queremos decir que la prostituta tiene el poder de modificar su
realidad, de dejar de ser pobre, analfabeta, denigrada o desvalorizada
socialmente a partir de la exposición de su cuerpo y de la venta de sus
servicios sexuales, sino que en el hecho mismo de decidir realizar esta
práctica, está haciendo uso de su poder; está eligiendo esto y no otra cosa.
Ahora
bien, ¿cómo podemos analizar esta problemática desde las perspectivas de Ulrich Beck
y Zygmunt Bauman?
Bauman,
en La Globalización. Costos humanos,
plantea: “Es más peligroso no plantear
ciertas preguntas que dejar sin respuesta algunas de las preguntas que se
consideran políticamente relevantes. Plantear malas preguntas conduce a menudo
a cerrar los ojos sobre los verdaderos problemas”. Entonces, el no
cuestionar las prácticas prostituyentes, el rol de la demanda que la hace
posible así como también las representaciones sociales que circulan dentro de
nuestra cultura y ejercen presión sobre quienes realizan la práctica ¿no es
acaso eludir un abordaje necesario para comprenderlas? En esas prácticas se
conjugan las estructuras del poder económico y las del poder del género sexual.
Las más férreas leyes del mundo globalizado en el que nos toca vivir, no han
anulado las viejas lógicas del poder sexista, más bien se han montado sobre
ellas.
Desde la apertura de las
fronteras que promovió el “capitalismo mundial integrado” junto al progreso de
la “globalización” y al triunfo de la sociedad de mercado regida por su lógica
implacable, asistimos a la expansión y
al perfeccionamiento de redes de tratas y a la masificación de la
prostitución, resultando hoy en día, una práctica que reviste una dimensión
trasnacional.
Justamente, el proceso de globalización tal como lo plantea Beck
-a saber, un proceso trasnacional en el cual se formulan nuevas interconexiones
tanto políticas como económicas, culturales, sociales, etc. en y en
consecuencia, donde el Estado-Nación o la sociedad nacional ya no es la unidad
exclusiva de interacción social y comunicación, sino más bien son los mercados
y los capitales quienes formulan las reglas del nuevo juego de poder mundial-,
también atravesó esta problemática social ya que, las nuevas lógicas del capitalismo
encontraron la manera de industrializar la prostitución y de convertirla en una
fuerza económica mayor en el mundo actual. Una práctica que era común en
diferentes lugares del mundo pero que quizá no se encontraba interconectada,
ahora es mundializada.
En la sociedad del riesgo, el proceso de globalización –entendida
como proceso que genera nuevas polarizaciones en términos de Baumman- trae
consigo la individualización, es
decir, la desintegración de formas sociales anteriormente existentes, como por
ejemplo la creciente fragilidad de la categoría de familia. Ahora bien,
teniendo en cuenta esto, ¿no es posible pensar que la transformación de la
institución de la familia, entidad que daba seguridad y protección contribuyó a
la ampliación de la prostitución? Los procesos de desigualdad social producidos
por la globalización, están arrasando consigo a familias que en períodos
anteriores daban la posibilidad de subsistencia a sus integrantes. Hoy en día,
eso ya no es posible, y las mujeres –dese muy pequeñas- deben salir a vender
sus cuerpos para subsistir, es decir, deben salir a buscar soluciones biográficas a contradicciones sistémicas.
Además, en esta sociedad del riesgo donde
hay un vacío político e institucional debido a que la lógica del mercado
capitalista le quita protagonismo a la acción reguladora que poseía el
Estado-Nación, las fuentes colectivas que daban significado a la sociedad se
agotan y el individuo busca de forma independiente una identidad nueva en la
sociedad; y son en consecuencia los movimientos sociales la nueva fuente de
legitimación. Tal es así que son los movimientos feministas en sus diversas
corrientes y las agrupaciones sociales formadas por prostitutas, quienes salen
a luchar no sólo frente a la industria del sexo en la cual las mujeres no son
más que una mera mercancía arrojadas por un proceso fetichista donde ni
siquiera el propio cuerpo les pertenece (ya que están los proxenetas, los
maridos, etc. para pautar el precio de su cuerpo y la ganancia que ellas
obtendrán de tal canje) si no también frente a las representaciones sociales
que no hacen más que contribuir a la construcción del aparato ideológico que
genera la prostitución en el que las mujeres no son más que meros objetos sexuales
para el consumo.
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