Prefiero ser parte activa de la solución que parte pasiva del problema.
Miguel Ángel Ochoa
En 1959 se llevó a cabo una cirugía sin precedentes para el ámbito médico: una persona británica llamada Sidney Bradford, tras 52 años de vivir en la oscuridad, recuperó la vista mediante un trasplante de cornea. Contrario a lo que pudiéramos esperar, la experiencia de recuperar la visión fue para él muy deprimente. Mucho le costó adaptarse a un nuevo entorno que era muy distinto a lo que toda su vida había imaginado, e incluso al realizar actividades que podían representar un riesgo, como cruzar la calle o desempeñar su trabajo de maquinista, prefería cerrar los ojos para sentirse más seguro, dentro de su mundo táctil adimensional.
De cierta manera me identifico con la historia de este invidente que recobró la vista, y me atrevo a comparar la capacidad visual con la conciencia. A veces me pregunto, ¿será mejor ser ciego?¿Será más fácil ignorar? Pero una vez que ves, no puedes no ver, aunque cierres los ojos. Por lo menos yo no. Es la conciencia la que me urge a mirarme en un espejo nítido, y poder ver en mí el reflejo de la sociedad, a través de todas las formas en las que ésta me ha moldeado; reconocerme circunscrito en determinadas condiciones, con mis capacidades y limitantes, mis privilegios y estigmas. En este proceso personal, decidí que quiero hacer algo para generar un cambio en mi vida: mis hábitos y comportamientos, la forma en la que percibo y vivo mi realidad, y la manera en la que mi paso por determinado lugar y tiempo repercute en lo que me rodea. Si bien estoy al tanto de que el estudio no es imprescindible, y no necesariamente representa el epítome de la realización, busco al entrar a una carrera universitaria, rodearme de personas y herramientas que me ayuden a entender los muchos porqués que agitan esta mente crítica sin sosiego, y a extender mi capacidad de impactar positivamente en ellas; devolver algo de mí.
A demás, de cada circunstancia en que se articulan mis privilegios de género, clase y raza, surge una deuda tácita, y una necesidad imperante de hacer algo al respecto, en nombre de quienes no tuvieron la azarosa fortuna de nacer en el lugar, en el tiempo, con el color de piel, la situación económica, el órgano y/o la preferencia sexual que se supone superior. Es lo menos que puedo hacer desde mi condición, y en ello se esconde mi joie de vivre.
Juan Francisco Andrade Andrade
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