Por qué es importante contar con un grimorio propio
“¿Será necesario tener un cuaderno de notas?”, me pregunta
un estudiante de mi curso de expresión oral y escrita en ciencias sociales. La
respuesta habría sido un evidente “sí” en épocas anteriores. El hecho de que
este estudiante, aprendiz de reciente ingreso a las actividades del oficio de
científico social, plantee la pregunta, es síntoma de que su extremada
familiaridad con las tecnologías electrónicas parece situarlo más lejos de las
tecnologías de papel y lápiz que a los miembros de generaciones anteriores.
Ahora que las papelerías se quejan de que están perdiendo
clientes y vigencia, y que muchos de los profesores preferimos que no nos
entreguen tareas, trabajos, ejercicios, protocolos o tesis en papel, no sólo
por un prurito ecológico, sino también por conservación de los magros espacios
de que disponemos, el uso de un cuaderno para hacer anotaciones se vuelve, para
algunos, en superfluo.
Quiero argumentar que tomar notas es una práctica que no
sólo permite hacer real lo que dice una máxima mnemónica: “la más débil de las
tintas es más fuerte que la más fuerte de las memorias”, y también
1)
asegura que quien toma notas haga un esfuerzo
por sintetizar lo que ha escuchado, discutido o aportado en las sesiones de
clase;
2)
promueve la posibilidad de elaborar sobre esas
síntesis y desarrollar ideas y proyectos que se derivan de las discusiones o
exposiciones en el aula;
3)
permite consultar, después de las sesiones, los
títulos de los textos sugeridos, las actividades realizadas, las encomiendas
por realizar fuera del aula y entre una sesión y ls siguiente;
4)
se convierte en un archivo de lo que alguna vez
se revisó en las clases o seminarios, las conferencias a las que se asistió,
las actividades en las que se participó.
En años recientes hemos dado en sustituir el tomar notas por
tomar fotografías, pues en ocasiones, en vez de escribir simplemente captamos
la imagen de la información que nos interesa utilizar posteriormente o
compartir en redes sociales o enviar por correo electrónico en ese instante.
Así, en vez de llevar papel y lápiz, cargamos con una cámara que además sirve
de teléfono y de conexión con la red mundial de internet.
Cargar con un grimorio (definido en el Diccionario de la
Real Academia Española como “Libro de fórmulas mágicas usado por los antiguos
hechiceros”), así sea de mínimo tamaño y que se pueda transportar en la bolsa
del pantalón, tiene la ventaja de que nos permite explayar ideas a partir de
unos primeros garabateos o gérmenes de más detalladas exposiciones, planes o
proyectos.
De algún modo, el grimorio personal es mucho más accesible
que el uso de los aparatos electrónicos. Aun cuando sabemos de casos de
estudiantes de posgrado que prácticamente están frente a las pantallas de sus
computadoras portátiles, incluso en clase, eso no necesariamente refleja una
práctica muy ecológica (por los componentes y el consumo de energía que
implican) ni que estos adminículos sean más confiables que un cuadernillo de
papel, acompañado por una tira de carbón inserta en un palito de madera o un
tubito relleno de tinta que se descarga en el papel por medio de una bolita
giratoria.
Aunque la respuesta ya no es tan evidente como lo fue en
otras épocas y en otras escuelas, la verdad es que quien no utilice su cuaderno
de notas (o aunque sea una hoja suelta) se estará perdiendo de recordar a
cabalidad incluso sus propios pensamientos.
Luis Rodolfo Morán Quiroz
Departamento de Sociología
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades
Universidad de Guadalajara
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