Luces de las alucinógenas luciérnagas.
La muerte bailando banda.
Entre nosotros, la
fiesta es una explosión, un estallido. Muerte y vida, júbilo y lamento, canto y
aullido se alían en nuestros festejos, no para recrearse o reconocerse sino
para entredevorarse. No hay nada más alegre que una fiesta mexicana, pero
también no haya nada más triste.
Octavio Paz .
Alvina murió semanas antes de las
fiestas del pueblo. La misma enfermedad le había consumido la vista no se
cuanto tiempo atrás y le había dado a cambio una nube que rodeaba su ser, esa
nube de misterio que todos los ciegos tiene. Reconocía a todos sus hijos sin
que ellos hablaran, pues escuchaba el aliento de su respiración, el latir de su
corazón y el susurro de su pensamiento. No sé si era la sabiduría que tiene los
ancianos o la demencia de poner atención a todo, pero reconocía toda su casa
tal si su vista fuera hecha de recuerdos.
-
Juimonos pal´ pueblo que hoy es último día.
Negarle eso a esa mujer era un
pecado. Todos querían ir, pero el sabor amargo de llevarla y que ella no
pudiera ver los cuetes y el castillo, bailar entre el montón o reírse de los borrachos que
caían como perros enyerbados, suspiraba
por la desgracia…
Ella insistió, todos se
arreglaron, se subieron a la camioneta y empezaron a escuchar a la música
lejana sonar.
***
Es de noche, tengo que caminar
media hora desde mi casa, en un camino empedrado cien veces por
restauraciones que buscaban mejorar el
rancho. Hoy todos se quejan de lo mal que lo dejaron, yo también. Pero aquí abajo no importa, arriba, en el
cielo, una luna llena y un millar de estrellas que hace que valga la pena
caminar de noche. Y además, un silencio perpetuo que incita a la reflexión, a
crear poemas y a recordar a la novia que
me dejo por ser aguado en las fiestas.
Primero son las luces de casas
lejanas, le siguen los ladridos de perros y, al final, las risas de la gente.
Santa Fe se me confunde con los
recuerdos infantiles que aun queda en esqueletos arqueológicos de casas,
arboles y arroyos, con los nuevos rostros que hablan y visten igual que sus patriarcas muertos, pero que
tiene nuevas rutinas.
Vine a buscar en la plaza a los patriarcas que aún quedan vivos. Ellos siempre sentados juntos en una banca que le
daba la espalda a la iglesia…. Un día me indicaron una banca que era llamada el
lugar de los pájaros caídos, por
supuesto se refería a la de aquellos
viejitos que yo miro ahora y que todos tachan ya de impotentes en la
cama, claro que me reí, pero ahora voy a compartir el mismo asiento con ellos, hacerme un pájaro caído.
Los escuche en silencio. Hablaban
de putas famosas en el cine y en el pueblo, de los montones de tirados que hubo
en una pelea de gallos después de que alguien perdió la apuesta y saco una pistola para
matar al gallo oponente y que después todos sacaron una, pero para matar gente. No sé la razón de
que no se acerquen a escuchar a estos hombres y a sus historias que parecen inventadas… que a lo
mejor si los son, pero que importa. A veces el pasado son puras mentiras,
mentiras confundidas con la verdad o verdades a medias, que hacen del pasado un
juego de literatura.
Entonces, sin presentarme, sin
rodeos, les pregunte sobre la plaza en sus principios. Y el más gritón de entre ellos me respondió.
-
No había nada de lo que vez, estas piches palmas no estaban, esta pinche
piedra que ves ahí, que parece pito, que sepa´ quien
chingados se le ocurrió ponerla ahí, no estaba. No había estos jardinees, no había estas bancas, no había estos postes, ni estas lámparas. Solamente
el kiosco es el que siempre estuvo aquí y era lo único que se ocupaba pa´ las
fiestas.
Investigue en internet imágenes
de la plaza del pueblo, la más antigua era del 2004, todo era igual,
menos la piedra fálica y el asta de la bandera. Todo lo que quedaba del pasado
más lejano eran las palabras de los pájaros caídos, que cada vez son
menos, porque se les cansa la voz y no hablan más o porque, ahora sí, están muriendo
los
pájaros caídos. Sin albur….
***
Estaba escrito San Miguel Arcángel
con letras que escupían humo y luz azul.
Arriba del castillo se anunciaba el nombre del santo patrón del pueblo, la
banda acompañaba con su música a la
gente maravillada con la boca abierta hacia
el fuego alucinógeno, a la gente que bailaba sin importarle que hubiera
música o que tuvieran pareja y a los que tomaban sin importar que fuera pero
que emborrachará. Alvina escuchaba de sus hijas todo le que miraban y su esposo,
Aurelio, la acompañaba tomando su brazo impaciente de soltarse para
bailar entre todos. Y de nuevo, como sintiendo los rostros iluminado de alegría de sus hijas a través del
susurro del pensamiento, les dijo que se fueran a dar la vuelta mientras ella
estaba con su viejo.
En ese momento la corona del
castillo salió hacia el cielo iluminado de nuevas estrellas que estallaban en los colores más
vivos que uno puede ver y morían en segundos de la noche, pero que eran guardadas en la
memoria de sueños. Aurelia no le importa no poder ver, sino estar en la fiesta
con vida… pues a su edad y con su
enfermedad, presentía a la muerte entre los días, entre le gente bailando,
entre los borrachos, entre los de la banda, debajo del castillo. No sé si fingía alegría para que todos la
tuvieran o aprovechaba lo que ella
sentía como lo último que podía aprovechar.
Toda la familia de Alvina se
quedo hasta que todo se acabo.
Al año siguiente regresaron los mismos hombres borrachos y sus mujeres
enojadas .Volvieron las mismas heridas cicatrizadas de los gallardos que querían pelea. Volvieron
las mismas muchachas gustosas de ver tantas rosas como pretendientes al dar una
vuelta a la plaza. Volvieron los mismos niños llorones que se habían perdido entre le gente por
comprar un globo. Volvieron los mismos juegos de azar en el que uno perdía casi
todo después de ganar casi todo. Volvieron las bandas que nadie había escuchado
mencionar y que ni en sus casas las conocían. Volvieron los mismos ladrones que
aprovechaban que nadie estaba en su hogar, que los carros quedaban lejos de la
gente y que la gente andaba embriagada con sus carteras llenas para gastar. Volvieron
las luces de alucinógenas luciérnagas en
el cielo, los estallidos de estrellas, las palmeras que se convertían en
castillos por el fuego que lanzaban los cuetes. Pero no todos volvieron.
Alvina murió semanas antes de las fiestas del pueblo….
***
Enfrente de nosotros, a un lado
del kiosco que esta en el centro de la
plaza, están jugando lotería. Una muchacha rechoncha grita la invitación para
jugar. Unos niños y unas señoras se
acercan y toman asiento entre las mesas que forman un círculo. Platican con
gestos de impaciencia, con risas contagiosas de una alegría infantil por jugar
y recordar con ternura. Los ancianos regresan con sus putas de cine, con las
comadres que aflojaron y con los muertos amontonados. En las otras bancas están
los enamorados abrazándose, hablándose al oído. Los niños corren, de un lado a otro,
con bicicletas, patines o siguiendo un pelota y sus mamás gritando con voz
chillona e histérica pidiendo que se
estén en paz hijos de su pinche madre.
Las señoras van saliendo de la misa, hacen un nuevo alboroto por querer comprar
pan recién salido en la panadería de a lado. Los borrachos gritan como para
iniciar una pelea, pero solamente están borrachos y no pasa de que se están
recordando la madre. Los que tiene su caballo lo sacan para presumir su
obediencia, bailan cuando escuchan música, trotan con elegancia, hacen
reverencia cuando pasa una muchacha y se cagan en donde sea. Y la nueva
generación, los jóvenes que sueñan en Estados Unidos, pasan con sus carros con
música a todo volumen. Escuchan música dub, hip-hop, rap, un que otro corrido
del Komander, y hay uno, que de seguro no es tan joven, que escucha la psicodélica guitarra de Carlos Santana.
Todo se entre cruza en la plaza;
religión y sexo desenfrenado, ternura y violencia, nostalgia de la tradición y
el cambio ansioso de la rebelión. Y en
las fiestas se multiplica el efecto de una forma maravillosa en una
impresión de algarabía con ley prescrita en el pueblo que dice:
tienes que hacer desmadre que hoy es
último día.
***
Sus hijas lloraban, su esposo
guardaba silencio entre los borrachos, sus nietos quedaban admirados ante algo
que no entendían. La muerte de Alvina cargo el corazón de toda su familia hacia
la misma dirección de duelo. Pero había sonrisas entre su funeral, los
parientes lejanos que nunca se volvieron a ver, ahora estaban juntos. Contaban historias graciosas de sus tierras
lejanas y se abrazaban con un cariño extraño, con lágrimas, un cariño triste, todos los hermanos perdidos
en el norte. Algunos cantaban con voz
sufrida y rota, se tallaban con la manga los ojos que tiraban ríos y se
abrazaban más fuerte entre todos.
Fue en la fiesta que una canción
lenta y triste, que no me acuerdo cual fue, que hiso que todos recordáramos a
Alvina, mi abuela, que dijo que cuando vayan
a la fiesta piensen que ando por ahí porque por ahí ando. Así que, aunque me muera antes, ustedes
tienen que ir.
Me imagino que cuando llegue la
edad me convertiré en un pájaro caído,
cantare divagaciones de un pasado que solamente sueño y no recuerdo a unos
nietos de sepa´ quien chingados en una plaza con nuevos símbolos. Bajare, otras
cien beses destruida y reparada y vuelta a destruir, en el camino empedrado, con la luna llena y un
millar de estrellas, para llegar a las fiestas de mí pueblo, y llorar y reír
bien pedo. Recordando la muerte y la vida, sentir la piel chinita porque la
muerte anda entre la banda, entre la gente que le anda zapateando, entre los borrachos y debajo del castillo.
-
Váyanse a dar la vuelta que aquí me quedo con mi
viejita….
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