martes, 30 de noviembre de 2010

Texto de Xavier Velasco: "Contra el opinionato"

Contra el opinionato

Pronóstico del Clímax

Xavier Velasco

Consultado en: http://impreso.milenio.com/node/8872858 el 30 de noviembre de 2010

2010-11-29•Cultura

.Con ustedes, la ironía



Cierta vez, de visita en un restaurante-librería, descubrí con horror que el menú, rico en citas y referencias literarias, estaba saturado de faltas de ortografía. ¿Cocinarían también los guisos ofrecidos allí con el mismo ostensible desaseo? La pregunta se la hice al mesero, que en un tris regresó acompañado de la dueña: una mujer afable, y de hecho encantadora, que nada más llegar se deshizo en disculpas —era nuevo el menú, no lo había revisado— y añadió un comentario que desde entonces le he venido plagiando: “¡Duelen los ojos!”, dijo, y yo me carcajeé solidariamente porque era justo así, toda aquella barbarie producía una punzada que empezaba en las córneas y seguíase de largo hasta el cerebelo. Algún tiempo después, regresé al restaurante y encontré, con alivio admirado, que los errores habían sido corregidos y el menú lucía al fin resplandeciente. O sería que así me lo pareció, tras aquellas enmiendas que al menos por un rato me dejaron creer que el mundo tiene arreglo, aun sabiendo que aquel incidente feliz era rareza pura y muy probablemente no volvería a ocurrir.



Duelen los ojos, cierto, y con frecuencia también los oídos, pero hay quienes opinan que no tiene importancia. Da igual, nos aseguran, que uno diga o escriba las cosas como sea, y por supuesto encuentran innecesario corregir nada, si de cualquier manera, insisten, las personas se entienden como pueden y al final siempre pueden, ¿no es verdad? ¿Y no es también verdad que inclusive la confusión resultante contiene alguna dosis de poesía involuntaria y a su particular manera refrescante? ¡La manga, digo yo! El conformismo tiene los mismos argumentos para “legitimar” todo aquello que pueda contribuir a quitarle de encima la responsabilidad por ser, al fin, lo que es. Y ahora que se han metido las comillas, no está de más traer a cuento esa manía apestosa de endilgarle comillas (!) a todo aquello que se cree importante y por ello es preciso “resaltar”. Aviso “importante”, anuncia una pizarra repleta de ironía involuntaria, de lo cual se desprende que el tal anuncio es una vacilada y no vale la pena hacerle caso. ¡Qué pedazo de chasco se llevará quien logre descubrir (cosa poco probable, dado el carácter refractario y autosuficiente de la ignorancia en armas) que en lugar de otorgarle preponderancia a sus grandes palabras no ha hecho más que ponerlas en ridículo!



Que vivan los asegunes



Una de las defensas del conformismo es su capacidad de relativizar todo cuanto se enfrenta a su eterna pereza. “Es cuestión de opiniones”, se defienden algunos, como avisando a su interlocutor que está a un pelo de rana de vulnerar su sacro derecho a la libre expresión. Hoy día, las más grandes idioteces encuentran comprensión y cobijo en esa mentirosa relatividad, según la cual incluso los hechos contundentes y las verdades obvias están sujetas a la opinión que cada uno pueda tener de ellas. Cada día parece menos extraño que con ese “argumento” (nótense las comillas) se disculpe inclusive a los matones, o hasta se les elogie, si la diversidad de opiniones lo permite. Todavía en los albores del desastre económico mundial que ya sentaba huella en España, el presidente Rodríguez Zapatero insistía en colgarse de ese relativismo gaznápiro para salir del paso, a fuerza de afirmar que la tal crisis era opinable. Después de todo, algo no muy distinto había hecho Bibiana Aído, por entonces a cargo del ministerio español de Igualdad, al estrenar ante cámaras y micrófonos el término miembra, y así dejar bien claro que el idioma y las reglas gramaticales son para ella cosa de opinión.



Lo peor de semejante opinionismo no es que quien lo sostiene se vea expuesto al público ridículo —pocas veces sucede, y aún así el afectado puede llamarse víctima de intransigencia— sino que estigmatice a quien no lo comparte y hasta se dé el gustazo de no bajarle de autoritario, fascista, represor de la libertad de expresión, que de acuerdo al sentir del opinionista es igual a la livertad de expreción. No olvido a aquel empleado de la zapatería que en muy pocas palabras me explicó la razón por la que unos zapatos del 9 —mi número— me quedaban como si fueran del 7: Yo soy de los que creen en el respeto a la diversidad.



Del saber al parecer



Ándenles. Nadien. Siéntensen. ¡Hay! ¡Uy! Haber si luego vamos… ¿Todo eso y más es cosa de opinión? Porque si a ésas vamos, tengo mis opiniones en torno al Reglamento de Tránsito, el Código Penal y cada una de las disposiciones generales que con o sin motivo me incomodan. Cierto es que en ocasiones me las paso por el arco del triunfo, pero una vez armado de una dosis sobrada de opinionismo puedo lanzarme a defender lo indefendible, sin el mínimo miedo al ridículo. ¿Cuántos bobos no piensan, y acto seguido opinan, que ciertos asesinos son menos asesinos, o acaso no lo son en absoluto, si es que una buena causa los respalda? ¿Y no son, por lo tanto, buenas y malas causas opinables? ¿Quién es el amargado que va a echar a perder el festín donde la irresponsabilidad y la pereza bailan alegremente con la ignorancia?



Verdad es que las faltas de ortografía no matan, aunque de pronto causen dolor de ojos, y que todos las hemos cometido. Pero lo grave no es ya cometerlas, sino que haya zopencos dispuestos a otorgarles legitimidad. Es decir que si vemos a un pelafustán cagando a media calle por sus pistolas, lo que procede es lanzarse a emularlo. Y en caso de que alguno se atreva a alzar la voz contra el desaguisado, será nadie más que él quien cargue con la cruz del esperpento. “¡Hay, no ay que ser mamón!”, opinarán los cómplices del defecante, asustados por tanta intransigencia. Ahora echemos un ojo a esas encuestas donde se invita al público a opinar sobre todos los temas imaginables, y hasta de pronto sobre lo incognoscible. ¿Quién precisa siquiera saberse el alfabeto para opinar sobre cardiología, gramática, finanzas, aeronáutica o física nuclear? ¿Quién todavía distingue, o al menos le interesa, la diferencia entre conocimiento y opinión? ¿Queda alguna, por cierto?

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