Mucho se ha dicho en las épocas recientes acerca de cómo el avance progresivo del Internet y de las redes sociales han ido desensibilizado gradualmente y de manera irrevocable al género humano. Nos hemos vuelto más fríos, más desinteresados: nos hemos robotizado. Usamos el celular para hablar y socializar con personas estando en lugares llenos de personas. Quizás de este cambio no nos hemos dado cuenta o ni siquiera lo hemos percibido, precisamente porque se ha normalizado hasta convertirse en una cotidianidad, algo normal en nuestro día tras día. Analicémoslo con detalle: ya no nos provoca escalofríos ni nos estremece siquiera ver o escuchar la noticia de una masacre, de una guerra, de un asesinato, de una mujer violada, de un cadáver colgado del cuello a un puente con signos de tortura, de un niño asesinado a golpes, de gente desaparecida para siempre de la faz de la Tierra. A diario nos encontramos en Facebook, en Twitter, en YouTube o en Instagram, fotos o publicaciones que tratan temas relacionados con la violencia: por lo regular pasamos por alto la noticia, o a lo mucho, lo más que hacemos es reaccionar al acontecimiento con un me enfurece o con un me entristece, para después seguir viendo videos de animales graciosos o videos de cómo preparar recetas inverosímiles, o fotos de famosos llevando sin mesura sus vidas opulentas que, a nuestro juicio, son ejemplos a seguir. Dejamos de lado por completo esa preocupación esencial por el bienestar humano, ya no nos importa el sufrimiento ajeno: nos hemos deshumanizado. ¿Será esto indiferencia? Quizás sea algo peor: quizás sea conformismo. Mucho se ha dicho también, y es una verdad absoluta, cuando se afirma que la realidad superará siempre a la ficción. En este caso, otra vez, lo ha hecho.
Fahrenheit 451 es una novela que nos muestra un mundo futurista -alarmantemente parecido al nuestro- en el que la labor de los bomberos se ha tergiversado: en vez de apagar incendios, ellos los provocan. No obstante, su objetivo abrasador se centra en la literatura: como perros amaestrados, los bomberos se dedican a buscar libros ocultos a lo largo del país y a hacerlos desaparecer carbonizándolos con sus mangueras que escupen llamas. Es un mundo donde la gente no lee y tampoco le interesa hacerlo: las paredes de sus casas están llenas de pantallas enormes de televisión donde pueden ver lo que les plazca las 24 horas del día, y la violencia generalizada y cotidiana es vista con indiferencia. Hay amenazas de guerras, pero la gente tampoco se alarma por ello. El protagonista, Montag, es un bombero que un principio siente un placer exquisito por hacer arder las páginas escritas, y lleva una vida insulsa e insípida con su esposa Mildred, que ni siquiera recuerda cómo se conocieron. Pero al toparse un día con una joven distinta a todos, una joven a la que le gusta cantar, que le gusta disfrutar la lluvia, que no se le pasa en casa derritiéndose el cerebro con la televisión, una joven que piensa, Montag comienza a cuestionarse su propia existencia, y entonces se pregunta: ¿qué tendrán de misterioso los libros para ser quemados? La joven, llamada Clarisse, le pregunta: "¿eres feliz?". Montag no sabe qué contestarle. Lo perturbador de esta historia radica en que, mientras avanza la trama, nos enteramos que los libros se queman no porque representen un peligro, tampoco porque hagan pensar a la gente, sino porque en el pasado hubo un auge tecnológico masivo que volvió a la gente tan insensible, tan conformista, que pensar se convirtió en algo prescindible. Entonces comienza la lucha de Montag: no tiene que pelear contra un sistema que en un principio él cree enemigo; no, tiene que luchar contra la sociedad ciega, conformista, que tiene la posibilidad de abrir los ojos pero que por comodidad, por aburrimiento, prefiere no hacerlo.
Fahrenheit 451 sigue siendo oportuna, hoy más que nunca. Simplemente veámonos: la gente lee menos, la gente es cada vez más desinteresada, menos sensible, y todos los días los pasamos enfrascados en celulares, en computadoras, en tabletas, cegados por las redes sociales, idiotizados por el internet. ¿Qué tan lejos estamos de un futuro como el que muestra esta novela? ¿Somos felices?
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